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              El Camino a Cristo
            
            
              la bondad de Dios nos guía al arrepentimiento. Al morir por los
            
            
              pecadores, Cristo manifestó un amor incomprensible; y a medida que
            
            
              el pecador lo contempla, este amor enternece el corazón, impresiona
            
            
              la mente e inspira contrición al alma.
            
            
              Es verdad que a veces los hombres se avergüenzan de sus cami-
            
            
              nos pecaminosos y abandonan algunos de sus malos hábitos antes
            
            
              de darse cuenta de que son atraídos a Cristo. Pero siempre que,
            
            
              animados de un sincero deseo de hacer el bien, hacen un esfuerzo
            
            
              por reformarse, es el poder de Cristo el que los está atrayendo. Una
            
            
              influencia de la cual no se dan cuenta obra sobre su alma, su con-
            
            
              ciencia se vivifica y su conducta externa se enmienda. Y cuando
            
            
              Cristo los induce a mirar su cruz y a contemplar a Aquel que fué
            
            
              traspasado por sus pecados, el mandamiento se graba en su concien-
            
            
              cia. Les es revelada la maldad de su vida, el pecado profundamente
            
            
              arraigado en su alma. Comienzan a entender algo de la justicia de
            
            
              Cristo, y exclaman: “¿Qué es el pecado, para que haya exigido tal
            
            
              sacrificio por la redención de su víctima? ¿Fueron necesarios todo
            
            
              este amor, todo este sufrimiento, toda esta humillación, para que no
            
            
              pereciéramos, sino que tuviésemos vida eterna?”
            
            
              El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído
            
            
              a Cristo; pero si no se resiste, será atraído a Jesús; el conocimiento
            
            
              del plan de la salvación le guiará al pie de la cruz, arrepentido de
            
            
              sus pecados, los cuales causaron los sufrimientos del amado Hijo de
            
            
              Dios.
            
            
              La misma Inteligencia divina que obra en las cosas de la natura-
            
            
              leza habla al corazón de los hombres, y crea en él un deseo indecible
            
            
              [28]
            
            
              de algo que no tienen. Las cosas del mundo no pueden satisfacer su
            
            
              ansia. El Espíritu de Dios les suplica que busquen las únicas cosas
            
            
              que pueden dar paz y descanso: la gracia de Cristo y el gozo de
            
            
              la santidad. Por medio de influencias visibles e invisibles, nuestro
            
            
              Salvador está constantemente obrando para atraer el corazón de los
            
            
              hombres y llevarlos de los vanos placeres del pecado a las bendi-
            
            
              ciones infinitas que pueden obtener de El. A todas esas almas que
            
            
              procuran vanamente beber en las cisternas rotas de este mundo, se
            
            
              dirige el mensaje divino: “El que tiene sed, ¡venga! ¡y el que quiera,
            
            
              tome del agua de la vida, de balde!
            
            
            
            
              Vosotros, en cuyo corazón existe el anhelo de algo mejor que
            
            
              cuanto este mundo pueda dar, reconoced en este deseo la voz de Dios