Página 24 - El Camino a Cristo (1993)

Basic HTML Version

20
El Camino a Cristo
la bondad de Dios nos guía al arrepentimiento. Al morir por los
pecadores, Cristo manifestó un amor incomprensible; y a medida que
el pecador lo contempla, este amor enternece el corazón, impresiona
la mente e inspira contrición al alma.
Es verdad que a veces los hombres se avergüenzan de sus cami-
nos pecaminosos y abandonan algunos de sus malos hábitos antes
de darse cuenta de que son atraídos a Cristo. Pero siempre que,
animados de un sincero deseo de hacer el bien, hacen un esfuerzo
por reformarse, es el poder de Cristo el que los está atrayendo. Una
influencia de la cual no se dan cuenta obra sobre su alma, su con-
ciencia se vivifica y su conducta externa se enmienda. Y cuando
Cristo los induce a mirar su cruz y a contemplar a Aquel que fué
traspasado por sus pecados, el mandamiento se graba en su concien-
cia. Les es revelada la maldad de su vida, el pecado profundamente
arraigado en su alma. Comienzan a entender algo de la justicia de
Cristo, y exclaman: “¿Qué es el pecado, para que haya exigido tal
sacrificio por la redención de su víctima? ¿Fueron necesarios todo
este amor, todo este sufrimiento, toda esta humillación, para que no
pereciéramos, sino que tuviésemos vida eterna?”
El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído
a Cristo; pero si no se resiste, será atraído a Jesús; el conocimiento
del plan de la salvación le guiará al pie de la cruz, arrepentido de
sus pecados, los cuales causaron los sufrimientos del amado Hijo de
Dios.
La misma Inteligencia divina que obra en las cosas de la natura-
leza habla al corazón de los hombres, y crea en él un deseo indecible
[28]
de algo que no tienen. Las cosas del mundo no pueden satisfacer su
ansia. El Espíritu de Dios les suplica que busquen las únicas cosas
que pueden dar paz y descanso: la gracia de Cristo y el gozo de
la santidad. Por medio de influencias visibles e invisibles, nuestro
Salvador está constantemente obrando para atraer el corazón de los
hombres y llevarlos de los vanos placeres del pecado a las bendi-
ciones infinitas que pueden obtener de El. A todas esas almas que
procuran vanamente beber en las cisternas rotas de este mundo, se
dirige el mensaje divino: “El que tiene sed, ¡venga! ¡y el que quiera,
tome del agua de la vida, de balde!
Vosotros, en cuyo corazón existe el anhelo de algo mejor que
cuanto este mundo pueda dar, reconoced en este deseo la voz de Dios