Un poder misterioso que convence
            
            
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              que habla a vuestra alma. Pedidle que os dé arrepentimiento, que os
            
            
              revele a Cristo en su amor infinito y en su pureza absoluta. En la vida
            
            
              del Salvador, fueron perfectamente ejemplificados los principios de
            
            
              la ley de Dios: el amor a Dios y al hombre. La benevolencia y el amor
            
            
              desinteresado fueron la vida de su alma. Cuando contemplamos al
            
            
              Redentor, y su luz nos inunda, es cuando vemos la pecaminosidad
            
            
              de nuestro corazón.
            
            
              Como Nicodemo, podemos lisonjearnos de que nuestra vida ha
            
            
              sido íntegra, de que nuestro carácter moral es correcto, y pensar que
            
            
              no necesitamos humillar nuestro corazón delante de Dios como el
            
            
              pecador común; pero cuando la luz de Cristo resplandezca en nuestra
            
            
              alma, veremos cuán impuros somos; discerniremos el egoísmo de
            
            
              nuestros motivos y la enemistad contra Dios, que han manchado
            
            
              todos los actos de nuestra vida. Entonces conoceremos que nuestra
            
            
              [29]
            
            
              propia justicia es en verdad como trapos de inmundicia y que sola-
            
            
              mente la sangre de Cristo puede limpiarnos de la contaminación del
            
            
              pecado y renovar nuestro corazón a la semejanza del Señor.
            
            
              Un rayo de la gloria de Dios, una vislumbre de la pureza de
            
            
              Cristo, que penetre en el alma, hace dolorosamente visible toda
            
            
              mancha de pecado, y descubre la deformidad y los defectos del
            
            
              carácter humano. Hace patentes los deseos profanos, la incredulidad
            
            
              del corazón y la impureza de los labios. Los actos de deslealtad por
            
            
              los cuales el pecador anula la ley de Dios quedan expuestos a su
            
            
              vista, y su espíritu se aflige y se oprime bajo la influencia escrutadora
            
            
              del Espíritu de Dios. En presencia del carácter puro y sin mancha de
            
            
              Cristo, el transgresor se aborrece a sí mismo.
            
            
              Cuando el profeta Daniel contempló la gloria que rodeaba al
            
            
              mensajero celestial que se le había enviado, se sintió abrumado por
            
            
              su propia debilidad e imperfección. Describiendo el efecto de la
            
            
              maravillosa escena, relató: “No quedó en mí esfuerzo, y mi lozanía
            
            
              se me demudó en palidez de muerte, y no retuve fuerza alguna.
            
            
            
            
              El alma así conmovida odiará su egoísmo y amor propio, y mediante
            
            
              la justicia de Cristo buscará la pureza de corazón que armoniza con
            
            
              la ley de Dios y con el carácter de Cristo.
            
            
              El apóstol Pablo dice que “en cuanto a justicia que haya en la ley,”
            
            
              es decir, en lo referente a las obras externas, era “irreprensible,
            
            
            
            
              pero cuando discernió el carácter espiritual de la ley, se reconoció
            
            
              pecador. Juzgado por la letra de la ley como los hombres la aplican a