Página 25 - El Camino a Cristo (1993)

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Un poder misterioso que convence
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que habla a vuestra alma. Pedidle que os dé arrepentimiento, que os
revele a Cristo en su amor infinito y en su pureza absoluta. En la vida
del Salvador, fueron perfectamente ejemplificados los principios de
la ley de Dios: el amor a Dios y al hombre. La benevolencia y el amor
desinteresado fueron la vida de su alma. Cuando contemplamos al
Redentor, y su luz nos inunda, es cuando vemos la pecaminosidad
de nuestro corazón.
Como Nicodemo, podemos lisonjearnos de que nuestra vida ha
sido íntegra, de que nuestro carácter moral es correcto, y pensar que
no necesitamos humillar nuestro corazón delante de Dios como el
pecador común; pero cuando la luz de Cristo resplandezca en nuestra
alma, veremos cuán impuros somos; discerniremos el egoísmo de
nuestros motivos y la enemistad contra Dios, que han manchado
todos los actos de nuestra vida. Entonces conoceremos que nuestra
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propia justicia es en verdad como trapos de inmundicia y que sola-
mente la sangre de Cristo puede limpiarnos de la contaminación del
pecado y renovar nuestro corazón a la semejanza del Señor.
Un rayo de la gloria de Dios, una vislumbre de la pureza de
Cristo, que penetre en el alma, hace dolorosamente visible toda
mancha de pecado, y descubre la deformidad y los defectos del
carácter humano. Hace patentes los deseos profanos, la incredulidad
del corazón y la impureza de los labios. Los actos de deslealtad por
los cuales el pecador anula la ley de Dios quedan expuestos a su
vista, y su espíritu se aflige y se oprime bajo la influencia escrutadora
del Espíritu de Dios. En presencia del carácter puro y sin mancha de
Cristo, el transgresor se aborrece a sí mismo.
Cuando el profeta Daniel contempló la gloria que rodeaba al
mensajero celestial que se le había enviado, se sintió abrumado por
su propia debilidad e imperfección. Describiendo el efecto de la
maravillosa escena, relató: “No quedó en mí esfuerzo, y mi lozanía
se me demudó en palidez de muerte, y no retuve fuerza alguna.
El alma así conmovida odiará su egoísmo y amor propio, y mediante
la justicia de Cristo buscará la pureza de corazón que armoniza con
la ley de Dios y con el carácter de Cristo.
El apóstol Pablo dice que “en cuanto a justicia que haya en la ley,”
es decir, en lo referente a las obras externas, era “irreprensible,
pero cuando discernió el carácter espiritual de la ley, se reconoció
pecador. Juzgado por la letra de la ley como los hombres la aplican a