Página 26 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
la vida externa, él se había abstenido de pecar; pero cuando miró en
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la profundidad de los santos preceptos, y se vió como Dios le veía, se
humilló profundamente y confesó así su culpabilidad: “Y yo aparte
de la ley vivía en un tiempo: mas cuando vino el mandamiento,
revivió el pecado, y yo morí.
Cuando vió la naturaleza espiritual
de la ley, se le mostró el pecado en todo su horror, y su estimación
propia se desvaneció.
No todos los pecados son de igual magnitud delante de Dios;
hay diferencia de pecados a su juicio, como la hay a juicio de los
hombres. Sin embargo, aunque este o aquel acto malo pueda parecer
trivial a los ojos de los hombres, ningún pecado es pequeño a la vista
de Dios. El juicio de los hombres es parcial e imperfecto; mas Dios
ve todas las cosas como son realmente. Al borracho se le desprecia y
se le dice que su pecado le excluirá del cielo, mientras que demasiado
a menudo el orgullo, el egoísmo y la codicia no son reprendidos. Sin
embargo, son pecados que ofenden en forma especial a Dios, porque
contrarían la benevolencia de su carácter, ese amor abnegado que
es la misma atmósfera del universo que no ha caído. El que comete
alguno de los pecados más groseros puede avergonzarse y sentir
su pobreza y necesidad de la gracia de Cristo; pero el orgulloso no
siente necesidad alguna y así cierra su corazón a Cristo y se priva de
las infinitas bendiciones que El vino a derramar.
El pobre publicano que oraba diciendo: “¡Dios, ten misericordia
de mí, pecador!
se consideraba como un hombre muy malvado, y
así le veían los demás; pero él sentía su necesidad, y con su carga de
pecado y vergüenza se presentó a Dios e imploró su misericordia.
Su corazón estaba abierto para que el Espíritu de Dios hiciese en
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él su obra de gracia y le libertase del poder del pecado. La oración
jactanciosa y presuntuosa del fariseo demostró que su corazón estaba
cerrado a la influencia del Espíritu Santo. Por estar lejos de Dios, no
tenía idea de su propia corrupción, que contrastaba con la perfección
de la santidad divina. No sentía necesidad alguna y nada recibió.
Si percibís vuestra condición pecaminosa, no aguardéis hasta
haceros mejores a vosotros mismos. ¡Cuántos hay que piensan que
no son bastante buenos para ir a Cristo! ¿Esperáis haceros mejores
por vuestros propios esfuerzos? “¿Mudará el negro su pellejo, y el
leopardo sus manchas? Así también podréis vosotros hacer bien,
estando habituados a hacer mal.
Únicamente en Dios hay ayuda