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Consejos para los Maestros
plear un maestro cristiano que, como misionero consagrado, eduque
a los niños de tal manera que los induzca a llegar a ser misioneros...
El carácter de las escuelas de iglesia y sus maestros
La obra de nuestras escuelas de iglesia debe ser del más elevado
carácter. Jesucristo, el Restaurador, es el único remedio para una
mala educación, y las lecciones enseñadas en su Palabra siempre
deben recordarse a los jóvenes en la forma más atrayente. La dis-
ciplina de la escuela debe complementar la educación del hogar, y
tanto en el hogar como en la escuela debe mantenerse la sencillez
y la piedad. Se encontrarán hombres y mujeres que tienen talento
para trabajar en estas escuelas pequeñas, pero que no pueden hacerlo
ventajosamente en las mayores. Mientras practiquen las lecciones
bíblicas, recibirán ellos mismos una educación del más alto valor.
Al elegir maestros debemos aplicar toda precaución, sabiendo
que es un asunto tan solemne como la elección de las personas para
el ministerio. Hombres sabios, que sepan discernir el carácter, deben
hacer la selección; porque se necesita el mejor talento que se pueda
obtener para educar y amoldar la mente de los jóvenes, y para llevar
adelante con éxito los muchos ramos de trabajo que han de hacer los
maestros en nuestras escuelas de iglesia. Ninguna persona de mente
inferior o estrecha debe ser encargada de una de estas escuelas. No
pongáis sobre los niños a maestros jóvenes e inexpertos, que no
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tienen capacidad para manejarlos; porque sus esfuerzos tenderán a
la desorganización. El orden es la primera ley del cielo; y en este
respecto toda escuela debiera ser un modelo del cielo.
Es malo poner a los niños bajo maestros orgullosos y despro-
vistos de amor. Un maestro así hará mucho daño a aquellos cuyo
carácter se está desarrollando rápidamente. No se los debe emplear
si no son sumisos a Dios, si no tienen amor hacia los niños sobre
quienes presiden, si manifiestan parcialidad hacia los que agradan a
su fantasía, y manifiestan indiferencia para los que son menos atra-
yentes, o hacia los que son inquietos y nerviosos, porque el resultado
de su trabajo será una pérdida de almas para Cristo.
Hacen falta, especialmente para los niños, maestros que sean
apacibles y bondadosos, y que manifiesten tolerancia y amor hacia
los que más lo necesitan. Jesús amaba a los niños... Siempre los tra-