Página 174 - Consejos para los Maestros (1971)

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Consejos para los Maestros
peldaños inferiores, habrían hecho progresos, aprendiendo más y
más del gran Maestro.
Los instructores encontrarán muy ventajoso el participar desin-
teresadamente en el trabajo manual con los alumnos mostrándoles
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cómo trabajar. Cooperando con los jóvenes de esta manera práctica,
los maestros pueden ligar a sí mismos los corazones de los alumnos
con las cuerdas de la simpatía y del amor fraternal. La bondad y
sociabilidad cristianas son factores poderosos para ganar los afectos
de la juventud.
Maestros, dedicaos a la obra de la escuela con diligencia y pa-
ciencia. Comprended que el vuestro no es un trabajo común. Estáis
trabajando para este tiempo y para la eternidad, amoldando la mente
de vuestros alumnos para que entren en la escuela superior. Todo
principio correcto, toda verdad aprendida en una escuela terrenal,
nos hará progresar en esa proporción en la escuela celestial. Como
Cristo anduvo y conversó con sus discípulos durante su ministerio
en esta tierra, así nos enseñará en la escuela celestial, guiándonos
por las márgenes del río de aguas vivas y revelándonos verdades
que en esta vida permanecerán ocultas como misterios debido a las
limitaciones de la mente humana, tan perjudicada por el pecado. En
la escuela celestial tendremos oportunidad de alcanzar, paso a paso,
las mayores alturas del saber. Allí, como hijos del Rey celestial,
moraremos para siempre con los miembros de la familia real; allí
veremos al Rey en su hermosura y contemplaremos sus encantos sin
par.
La preparación de los misioneros
Es importante que tengamos escuelas intermediarias y secun-
darias. Nos ha sido confiada una gran obra, la proclamación del
mensaje del tercer ángel a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Tene-
mos tan sólo pocos misioneros. Desde nuestra patria y del extranjero
nos llegan muchos urgentes pedidos de obreros. Los jóvenes de
ambos sexos, los de edad madura, y de hecho, todos los que pueden
dedicarse al servicio del Maestro, debieran aplicar su mente hasta
el límite, en el esfuerzo de prepararse para contestar a estos llama-
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mientos. Por la luz que Dios me ha dado, sé que no empleamos las
facultades de la mente ni con la mitad de la diligencia que debiéra-