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Consejos para los Maestros
En toda escuela tiene que haber quienes posean una reserva de
paciencia y talento para disciplinar, a fin de que todo ramo de trabajo
se mantenga a la mayor altura posible. Hay que dar lecciones de
aseo, orden y esmero. Se debe enseñar a los alumnos a mantener en
perfecto orden todo lo que pertenece a la escuela y sus terrenos.
Antes de intentar guiar a los jóvenes, el maestro debe aprender a
dominarse a sí mismo. Si no aprende constantemente en la escuela
de Cristo, si no tiene el discernimiento y la discriminación que lo
habiliten para emplear sabios métodos en su trabajo; si no puede
gobernar con firmeza, aunque placentera y bondadosamente a los
que le son confiados, ¿cómo puede tener éxito en la enseñanza? El
maestro que no está bajo el dominio de Dios, necesita escuchar la
invitación: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”.
Mateo 11:29, 30
.
Cada maestro debe aprender diariamente de Jesús, llevando su
yugo de sujeción, sentándose en su escuela como alumno, y obe-
deciendo las reglas de los principios cristianos. El maestro que no
esté bajo la dirección del Maestro de los maestros, no podrá afrontar
con éxito los diferentes incidentes que surjan como resultado de la
perversidad natural de los niños y jóvenes.
Ponga el maestro paz, amor y alegría en su trabajo. No se permita
manifestar ira u ofuscación. Dios lo mira con intenso interés, para
ver si está recibiendo el molde del divino Maestro. El niño que
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pierde el dominio propio es mucho más disculpable que el maestro
que se permite manifestar ira e impaciencia. Cuando se ha de hacer
un reproche severo, puede, sin embargo, hacerse con bondad. Evite
el maestro el hacer al niño terco, hablándole con dureza. Haga que a
toda corrección sigan las gotas del aceite de bondad. No debe nunca
olvidar que está tratando con Cristo en la persona de uno de sus
pequeñuelos.
Sea norma establecida que, en toda disciplina escolar, han de
reinar la fidelidad y el amor. Cuando el maestro corrige a un alumno
de una manera que no le hace sentir que desea humillarlo, en su
corazón brota el amor hacia el maestro (Santa Helena, California,
17 de mayo de 1903).
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