Página 199 - Consejos para los Maestros (1971)

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La necesidad de hacer lo mejor posible
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En oración
Me apena ver cuán poco se aprecia el don del habla. Al leer la
Biblia, al hacer la oración, al dar testimonio en la reunión, ¡cuán
necesaria es la pronunciación clara y distinta! ¡Cuánto se pierde en
el culto familiar cuando el que ofrece la oración se postra con el
rostro hacia el suelo y habla en voz baja y débil! Pero tan pronto
como terminó el culto de familia, los mismos que antes no podían
hablar lo bastante alto como para ser oídos en oración, pueden hablar
generalmente en tonos claros y distintos, y no hay dificultad en oír
lo que dicen. La oración de balbuceos es apropiada para la cámara
particular, pero no edifica en el culto familiar o público; porque a
menos que puedan oír lo que se dice, los congregados no pueden
decir amén. Casi todos pueden hablar bastante fuerte para ser oídos
en la conversación común. ¿Por qué no habrían de hablar así cuando
se les pide que den testimonio o que oren?
Cuando hablamos de las cosas divinas, ¿por qué no hablar en
tonos claros, y de una manera que ponga de manifiesto que sabemos
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de qué hablamos, que no nos avergonzamos de desplegar nuestra
bandera? ¿Por qué no oramos como quienes tienen una conciencia
libre de ofensa, y pueden allegarse al trono de gracia con humildad,
aunque con santa osadía, alzando manos santas sin ira ni duda? No
nos postremos hasta cubrir nuestros rostros como si hubiese algo
que deseamos ocultar; antes alcemos nuestros ojos hasta el santuario
celestial, donde Cristo nuestro mediador está delante del Padre, para
ofrecer, como fragante incienso, nuestras oraciones mezcladas con
sus propios méritos y su justicia inmaculada.
Somos invitados a venir, a pedir, a buscar, a llamar; y se nos
asegura que no acudiremos en vano. Jesús dice: “Pedid, y se os
dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel
que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”.
Mateo 7:7, 8
.
Al recordarnos cuán voluntario es un padre para conceder lo
pedido por su hijo, Cristo ilustra cuán dispuesto está Dios a ben-
decirnos. Dice: “¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le
dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una
serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos,