La necesidad de hacer lo mejor posible
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las oraciones ofrecidas en público. Sería mejor que estas oraciones
sin vida no fuesen pronunciadas; porque son una mera forma, sin
poder vital, y no bendicen ni edifican.
El apóstol Pablo escribe: “Ciertamente las cosas inanimadas que
producen sonidos, como la flauta o la cítara, si no dieren distinción
de voces, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara?
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Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la
batalla? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien
comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al
aire.
“Tantas clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y nin-
guno de ellos carece de significado. Pero si yo ignoro el valor de las
palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será
como extranjero para mí. Así también vosotros; pues que anheláis
dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la
iglesia”.
1 Corintios 14:7-12
.
En todos nuestros servicios religiosos debemos procurar condu-
cirnos de tal manera que ello edifique a los demás, obrando en la
medida que esté a nuestro alcance para la perfección de la iglesia.
“Por lo cual, el que habla en lengua extraña, pida en oración poder
interpretarla. Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu
ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? Oraré con
el espíritu, pero oraré también con el entendimiento... Porque si
bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente,
¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has
dicho. Porque tú, a la verdad, bien das gracias; pero el otro no es
edificado.
“Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vo-
sotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi
entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras
en lengua desconocida”.
1 Corintios 14:13-19
.
El principio presentado por Pablo acerca del don de lenguas,
se aplica igualmente al uso de la voz en la oración y en la reunión
de testimonios. No quisiéramos que una persona deficiente en este
respecto deje de ofrecer oración en público, o deje de testificar acerca
del poder y el amor de Cristo.
No escribo estas cosas para haceros callar, porque ya hay de-
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masiado silencio en nuestras reuniones; sino para que consagréis