La salud y la eficiencia
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sagrado vacilarán antes de sumirse en el vórtice de la disipación y el
delito que se traga a tantos jóvenes promisorios de esta época.
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El maestro cuyas facultades físicas están debilitadas por la enfer-
medad o el recargo de trabajo, debe dedicar atención especial a las
leyes de la salud. Debe tomar tiempo para participar en recreaciones.
Cuando el maestro ve que su salud no basta para resistir la presión
del estudio pesado, debe prestar oídos a la voz de la naturaleza y ali-
viar la carga. No debe tomar sobre sí responsabilidades adicionales
a su trabajo escolar, que le recargarán física y mentalmente hasta el
punto de desequilibrar su sistema nervioso, porque esta conducta le
inhabilitará para tratar con las mentes y no podrá obrar con justicia
para consigo mismo o para con sus alumnos.
A veces el maestro lleva a su aula de clase la sombra de tinieblas
que se ha estado acumulando sobre su alma. Ha estado recargado y
se siente nervioso; o la dispepsia lo ha coloreado todo con matices
lóbregos. Entra en el aula con nervios temblorosos y un estóma-
go irritado. Nada de lo hecho le parece agradable; piensa que sus
alumnos están resueltos a manifestarle falta de respeto, y sus agudas
críticas y censuras caen a diestra y siniestra. Posiblemente uno o más
de los alumnos cometen errores, o son indisciplinados. El caso se
exagera en su mente, y es severo y mordaz en su reproche para con
aquel que considera culpable. Y la misma injusticia le impide más
tarde admitir que asumió una conducta equivocada. Para mantener
la dignidad de su posición, ha perdido una oportunidad áurea de
manifestar el espíritu de Cristo, tal vez de ganar un alma para el
cielo.
Es deber del maestro hacer todo lo que esté a su alcance para
presentar su cuerpo a Cristo como un sacrificio vivo, físicamente
perfecto, y moralmente libre de contaminación, a fin de que el Señor
haga de él un colaborador suyo en la salvación de las almas.
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