La necesidad que tiene el maestro de la ayuda del Espíritu Santo
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trabajar nosotros mismos por los alumnos”. Y así se ha despreciado
al misericordioso Mensajero de Dios.
¿No están los maestros de nuestras escuelas en peligro de blas-
femar, de acusar al Espíritu Santo de ser un poder engañador, y de
conducir al fanatismo? ¿Dónde están los educadores que prefieren
la nieve del Líbano que baja de la roca de la montaña o las aguas
frías que corren y brotan del manantial, en vez de las turbias aguas
del valle?
Una sucesión de raudales de aguas vivas ha caído sobre vosotros
en Battle Creek. Cada lluvia fue un impartimiento consagrado de
la influencia divina; pero no lo reconocisteis como tal. En vez de
beber copiosamente de los raudales de salvación tan gratuitamente
ofrecidos por el Espíritu Santo, os apartasteis para satisfacer la sed
de vuestra alma con las aguas contaminadas de la ciencia humana.
Como resultado, ha habido corazones sedientos en la escuela y en
la iglesia. Los que se quedan satisfechos con poca espiritualidad
han ido lejos en cuanto a descalificarse para apreciar las profundas
influencias del Espíritu de Dios...
Los maestros necesitan convertirse de corazón. Es necesario que
se realice en ellos un sincero cambio de pensamientos y métodos de
enseñanza para colocarlos donde estarán en relación personal con
un Salvador vivo. Una cosa es asentir a la obra del Espíritu en la
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conversión, y otra cosa aceptar la intervención del Espíritu como
reprensor que llama al arrepentimiento. Es necesario que tanto el
maestro como los alumnos, no sólo asientan a la verdad, sino que
tengan un conocimiento profundo y práctico de las operaciones del
Espíritu. Sus prevenciones vienen por causa de la incredulidad de
aquellos que profesan ser cristianos... Vosotros, como los que hace
mucho han perdido el espíritu de oración, orad, orad fervorosamente:
“Compadécete, oh Padre de misericordia, compadécete de tu causa
que sufre, compadécete de la iglesia, compadécete de los creyentes
individuales. Quita de nosotros todo lo que contamina. Niéganos lo
que tú quieras, pero no nos quites tu Espíritu Santo”.
Hay hoy, y siempre habrá, quienes no obran sabiamente; quienes,
si se pronuncian palabras de duda o incredulidad, desecharán la
convicción, y decidirán seguir su propia voluntad; y a causa de sus
deficiencias, Cristo ha sufrido oprobio. Seres mortales, pobres y
finitos han juzgado el rico y precioso derramamiento del Espíritu,