Página 304 - Consejos para los Maestros (1971)

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Consejos para los Maestros
El peligro que entrañan los maestros sabios según el mundo
Todos los tesoros del cielo fueron confiados a Jesucristo, a fin
de que impartiese estos preciosos dones a los que los buscasen con
diligencia y perseverancia. El nos es hecho “sabiduría, justificación,
santificación y redención”.
1 Corintios 1:30
. Pero las oraciones de
muchos están tan cargadas de formalidad que no ejercen influencia
alguna para el bien. No son un sabor de vida.
Si los maestros quisiesen humillar sus corazones delante de Dios,
y comprender las responsabilidades que han aceptado al encargarse
de los jóvenes con el objeto de educarlos para la vida inmortal futura,
se vería en su actitud un cambio notable. Sus oraciones no serían
áridas y sin vida, sino que orarían con el fervor de las almas que
sienten su peligro. Aprenderían diariamente de Jesús, tomando la
Palabra de Dios como su libro de texto, teniendo un sentido vivo de
que es la voz de Dios, y la atmósfera que rodea sus almas cambiaría
materialmente. En las lecciones aprendidas diariamente en la escuela
de Cristo, apagarían el deseo de ser los primeros. No se apoyarían
con tanta confianza en su propio entendimiento...
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Los maestros de nuestras escuelas están hoy en peligro de seguir
las mismas huellas que los judíos en los tiempos de Cristo. Cualquie-
ra que sea su situación, por mucho orgullo que tengan acerca de su
capacidad de enseñar, a menos que abran las cámaras del templo del
alma para que reciban los rayos brillantes del Sol de Justicia, están
anotados en los libros del cielo como incrédulos. Por el precepto
y el ejemplo interceptan los rayos de luz que habrían de llegar a
sus almas. Su peligro consiste en concentrarse en sí mismos, y ser
demasiado sabios para recibir instrucción.
Estamos viviendo en un mundo lleno de corrupción, y si no reci-
bimos al Cristo vivo en nuestros corazones, creyendo y ejecutando
sus palabras, seremos y permaneceremos tan ciegos como los judíos.
Todos los maestros necesitan aprovechar cada rayo de la luz celes-
tial derramada en su senda, porque como instructores necesitan luz.
Algunos dicen: “Sí, creo que anhelo esto”; pero se engañan. ¿De
dónde recibís vuestra luz? ¿De qué fuente habéis estado bebiendo?
El Señor me ha comunicado que no pocos de los maestros han aban-
donado las aguas de las nieves del Líbano, por los arroyos turbios
del valle. Dios solo puede guiarnos con seguridad por sendas que