Página 347 - Consejos para los Maestros (1971)

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La palabra de Dios es un tesoro
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Cuando se estaba juzgando al Hijo de Dios, los judíos clamaron:
“Quítale, crucifícale”; porque su vida pura y su enseñanza santa
los convencían de pecado y los condenaban; y por la misma razón
muchos claman en su corazón contra la Palabra de Dios. Muchos,
aun entre los niños y jóvenes, han aprendido a amar el pecado.
Aborrecen la reflexión, y el pensar en Dios es un aguijón para sus
conciencias. Debido a que el corazón humano se inclina al mal, el
sembrar la semilla de escepticismo en las mentes juveniles es muy
peligroso.
La ciencia y la Biblia
No queremos restringir la educación, ni tener en poco la cultura
y la disciplina mental. Dios quiere que seamos estudiantes mientras
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permanezcamos en el mundo. Debemos aprovechar toda oportuni-
dad de adquirir cultura. Las facultades necesitan fortalecerse por el
ejercicio, la mente ha de ser adiestrada y debe expandirse mediante
estudio asiduo; pero todo esto puede hacerse mientras el corazón es
presa fácil del engaño. La sabiduría de lo alto debe ser comunicada
al alma. La entrada de la Palabra de Dios es lo que da luz: “La
exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples”.
Salmos 119:130
. Su palabra nos es dada para instruirnos; no hay
en ella nada que sea deficiente o engañoso. La Biblia no ha de ser
probada por las ideas que tienen los hombres acerca de la ciencia,
sino que ésta ha de ser sometida a la prueba de la norma infalible.
Sin embargo, el estudio de las ciencias no debe descuidarse. Con
este propósito deben emplearse libros que estén en armonía con la
Biblia, porque ella es la norma. Las obras de este carácter deben
ocupar el lugar de muchas de las que están ahora en las manos de
los estudiantes.
Dios es el autor de la ciencia. La investigación científica abre
ante la mente vastos campos de pensamiento e información, capaci-
tándonos para ver a Dios en sus obras creadas. La ignorancia puede
intentar apoyar al escepticismo apelando a la ciencia; pero en vez
de sostenerlo, la verdadera ciencia revela con nuevas evidencias la
sabiduría y el poder de Dios. Debidamente entendida, la ciencia y
la palabra escrita concuerdan, y cada una derrama luz sobre la otra.