Página 363 - Consejos para los Maestros (1971)

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Por no estudiar la palabra de Dios
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Una ilustración
¿Qué hizo grande a Juan el Bautista? Negó su atención al cúmulo
de las tradiciones presentadas por los maestros de la nación judaica y
la dirigió a la sabiduría que viene de lo alto. Antes de su nacimiento
el Espíritu Santo testificó de Juan: “Porque será grande delante de
Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo... Y
hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios
de ellos. E irá delante de él con el espíritu y virtud de Elías, para
hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes
a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien
dispuesto”.
Lucas 1:15-17
.
En su profecía Zacarías dijo de Juan: “Y tú, niño, profeta del
Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor,
para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su
pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia
de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para
dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para
encaminar nuestros pies por camino de paz”. Y Lucas añade: “Y el
niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos
hasta el día de su manifestación a Israel”.
Lucas 1:76-80
.
Por su propia elección Juan se apartó de los goces y lujos de la
vida de las ciudades y prefirió la severa disciplina del desierto. Allí
el ambiente era favorable a los hábitos de sencillez y abnegación.
Sin ser interrumpido por el clamor del mundo, podía estudiar las
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lecciones de la naturaleza, de la revelación y de la providencia. Las
palabras del ángel a Zacarías le habían sido repetidas con frecuencia
por sus padres temerosos de Dios. Desde la infancia se le había
recordado su misión, y aceptó el santo cometido. Para él la soledad
del desierto era una manera feliz de escapar de la sociedad en la
cual predominaban las sospechas, la incredulidad y la impureza.
Desconfiaba de su propio poder para resistir la tentación y rehuía el
constante contacto con el pecado, no fuese que perdiera el sentido
de su excesiva gravedad.
Pero la vida de Juan no se dedicaba a la ociosidad, ni a la lobre-
guez ascética, o al aislamiento egoísta. De vez en cuando salía para
mezclarse con los hombres; y era un observador atento de lo que
sucedía en el mundo. Desde su tranquilo retiro, vigilaba el desarrollo