El servicio abnegado es la ley del cielo
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oponerse a la ley de que nadie “vive para sí”.
Romanos 14:7
. El
deseaba vivir para sí. Procuraba hacer de sí mismo un centro de
influencia. Eso incitó la rebelión en el cielo, y la aceptación de este
principio de parte del hombre trajo el pecado a la tierra. Cuando
Adán pecó, el hombre quedó separado del centro ordenado por el
cielo. El demonio vino a ser el poder central del mundo. Donde
debía estar el trono de Dios, Satanás colocó el suyo. El mundo trajo
su homenaje, como ofrenda voluntaria, a los pies del enemigo.
La transgresión de la ley de Dios dejó desgracia y muerte en
su estela. Por la desobediencia se pervirtieron las facultades del
hombre, y el egoísmo reemplazó al amor. Su naturaleza se debilitó
de tal manera, que le resultó imposible resistir al poder del mal; el
tentador vio que se cumplía su propósito de estorbar el plan divino de
la creación del hombre, y de llenar la tierra de miseria y desolación.
Los hombres habían elegido a un gobernante que los encadenaba
como cautivos a su carro.
El remedio
Mirando al hombre, Dios vio su desesperada rebelión, e ideó
un remedio. Cristo fue su don al mundo para la reconciliación del
hombre. El Hijo de Dios fue designado para venir a esta tierra a
revestirse de la humanidad, y para ser por su propio ejemplo un gran
poder educador entre los hombres. Lo que iba a experimentar en
favor de ellos había de habilitarlos para resistir al poder de Satanás.
Vino para amoldar el carácter y dar fuerza mental, para difundir los
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rayos de la verdadera educación, a fin de que no se perdiese de vista
el verdadero blanco de la vida. Los hijos de los hombres habían
tenido un conocimiento práctico del mal; Cristo vino al mundo para
mostrarles lo que él había plantado para ellos: el árbol de la vida,
cuyas hojas son para la sanidad de las naciones.
La vida de Cristo en la tierra enseña que adquirir la educa-
ción superior no significa granjearse popularidad, obtener ventajas
mundanales, tener abundantemente suplidas todas las necesidades
temporales, y ser honrado por los ricos y encumbrados de la tierra.
El Príncipe de la vida, el que por su poder divino podía suplir las
necesidades de una muchedumbre hambrienta, sufrió los inconve-
nientes de la pobreza, a fin de que pudiese discernir las necesidades