Página 62 - Consejos para los Maestros (1971)

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Consejos para los Maestros
brado y simétrico. Deben ser refinados en modales, aseados en su
indumentaria, cuidadosos en todos sus hábitos; y deben tener aque-
lla verdadera cortesía cristiana que gana la confianza y el respeto.
El mismo maestro debiera ser lo que desea que lleguen a ser sus
alumnos.
Los maestros han de velar sobre sus alumnos como el pastor
vela sobre el rebaño confiado a su cuidado. Deben cuidar las almas,
como quienes han de dar cuenta.
El maestro puede comprender muchas cosas con referencia al
universo físico; puede saber lo referente a la estructura de la vida ani-
mal, conocer los descubrimientos de la ciencia natural, los inventos
del arte mecánico; pero no puede llamarse educado, ni está prepara-
do para trabajar como instructor de los jóvenes, a menos que tenga
en su propia alma un conocimiento de Dios y de Cristo. No puede
ser verdadero educador hasta tanto él mismo no esté aprendiendo en
la escuela de Cristo, recibiendo una educación del Instructor divino.
Dependemos de Dios
Dios es la fuente de toda sabiduría. El es infinitamente sabio,
justo y bueno. Aparte de Cristo, los hombres más sabios no pueden
comprenderle. Pueden profesar ser sabios; pueden gloriarse por sus
adquisiciones; pero el simple conocimiento intelectual, aparte de las
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grandes verdades que se concentran en Cristo, es como nada. “No se
alabe el sabio en su sabiduría... mas alábese en esto el que se hubiere
de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago
misericordia, juicio y justicia en la tierra”.
Jeremías 9:23, 24
.
Si los hombres pudiesen ver por un momento más allá del alcance
de la visión finita, si pudiesen discernir una vislumbre de lo eterno,
toda boca dejaría de jactarse. Los hombres que viven en este pequeño
átomo del universo son finitos; Dios tiene mundos innumerables que
obedecen a sus leyes, y son conducidos para gloria suya. Cuando en
sus investigaciones científicas los hombres han ido hasta donde se lo
permiten sus facultades mentales, queda todavía más allá un infinito
que no pueden comprender.
Antes que los hombres puedan ser verdaderamente sabios, deben
comprender que dependen de Dios, y deben estar henchidos de
su sabiduría. Dios es la fuente tanto del poder intelectual como