Página 71 - Consejos para los Maestros (1971)

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La educación correcta
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Cualidades personales del maestro
Los hábitos y principios de un maestro deben ser considerados
como de importancia aun mayor que su preparación literaria. Si es
un cristiano sincero, sentirá la necesidad de tener igual interés en
la educación física, mental, moral y espiritual de sus alumnos. A
fin de ejercer la debida influencia, debe tener perfecto dominio de
sí mismo. Su corazón debe estar abundantemente imbuido de amor
hacia sus alumnos, y ello se notará en sus miradas, palabras y actos.
Debe tener firmeza de carácter, y entonces podrá tanto amoldar la
mente de sus alumnos, como instruirlos en las ciencias.
La primera educación de los jóvenes modela generalmente su
carácter para toda la vida. Los que tratan con los jóvenes deben ser
muy cuidadosos al desarrollar las capacidades de la mente, a fin de
saber mejor cómo dirigir sus facultades para que las ejerzan de la
manera más provechosa.
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El encierro en la escuela
El sistema de educación llevado a cabo desde generaciones ha
sido destructor de la salud, y aun de la vida misma. Muchos tier-
nos niños han pasado cinco horas diarias en aulas que no estaban
debidamente ventiladas, ni eran bastante grandes para acomodar
saludablemente a los alumnos. Así el aire se transforma pronto en
veneno para los pulmones que lo inhalan. Los niñitos, cuyos miem-
bros y músculos no son fuertes, y cuyo cerebro no está desarrollado,
han estado encerrados para su perjuicio. Muchos comienzan la vida
con poca resistencia vital, y el estar encerrados día tras día en la
escuela los vuelve nerviosos y enfermos. Su cuerpo queda atrofiado
debido al agotamiento de sus nervios.
Y si se apaga la lámpara de la vida, los padres y los maestros
no consideran que ellos pueden haber tenido influencia directa en
ahogar la chispa vital. Cuando están al lado de la tumba de sus hijos,
los padres afligidos consideran su duelo como una dispensación
especial de la Providencia, cuando, por una ignorancia inexcusa-
ble, su propia conducta destruyó la vida de sus hijos. Acusar de
su muerte a la Providencia es una blasfemia. Dios quería que los
pequeñuelos vivieran y fueran disciplinados, para que tuviesen un