Página 169 - Consejos sobre Mayordom

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Elogio de la liberalidad
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necesarias a fin de suplir las necesidades de otros. Cuando el apóstol
quiso contenerlos, le importunaron para que aceptara sus ofrendas.
En su sencillez e integridad, y en su amor por los hermanos, se
negaban alegremente a sí mismos, y así abundaban en frutos de
benevolencia.
Cuando Pablo envió a Tito a Corinto para fortalecer a los cre-
yentes de allí, le indicó que edificara a la iglesia en la gracia de dar;
y en una carta personal a los creyentes, él también añadió su propio
llamamiento. “Por tanto, como en todo abundáis—les rogó—, en fe,
y en palabra, y en ciencia, y en toda solicitud, y en vuestro amor para
con nosotros, que también abundéis en esta gracia”. “Ahora pues,
llevad también a cabo el hecho, para que como estuvisteis prontos
a querer, así también lo estéis en cumplir conforme a lo que tenéis.
Porque si primero hay la voluntad pronta, será acepta por lo que
tiene, no por lo que no tiene”. “Y poderoso es Dios para hacer que
abunde en vosotros toda gracia; a fin de que, teniendo siempre en
todas las cosas todo lo que basta, abundéis para toda buena obra...;
para que estéis enriquecidos en todo para toda bondad, la cual obra
por nosotros hacimiento de gracias a Dios”.
2 Corintios 8:7, 11, 12;
9:8-11
.
La liberalidad abnegada provocaba en la iglesia primitiva arreba-
tos de gozo; porque los creyentes sabían que sus esfuerzos ayudaban
a enviar el mensaje evangélico a los que estaban en tinieblas. Su
benevolencia testificaba de que no habían recibido en vano la gracia
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de Dios. ¿Qué podía producir semejante liberalidad sino la santifica-
ción del Espíritu? En ojos de los creyentes y de los incrédulos, era
un milagro de la gracia.—
Los Hechos de los Apóstoles, 277-279
.
La liberalidad recompensada
“Entonces él [Elías] se levantó, y se fue a Sarepta. Y como llegó
a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí
cogiendo serojas; y él la llamó, y díjole: Ruégote que me traigas una
poca de agua en un vaso, para que beba. Y yendo ella para traérsela,
él la volvió a llamar, y díjole: Ruégote que me traigas también un
bocado de pan en tu mano”.
En ese hogar azotado por la pobreza, el hambre apremiaba; y la
escasa pitanza parecía a punto de agotarse. La llegada de Elías en