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La disciplina en el hogar
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a sus hijos, muchos padres permiten lo que Dios prohíbe.—
The
Review and Herald, 29 de enero de 1901
.
Los padres son responsables por lo que sus hijos podrían ha-
ber sido
—Si el padre y la madre, como maestros del hogar, permiten
que sus hijos dominen la situación y se descarríen, son responsa-
bles por lo que esos hijos podrían haber sido de otra manera.—
The
Review and Herald, 15 de septiembre de 1904
.
Los que siguen sus propias inclinaciones, en su afecto ciego por
sus hijos, y, permitiéndoles que satisfagan sus deseos egoístas, no les
hacen sentir el peso de la autoridad de Dios para reprender el pecado
y corregir el mal, ponen de manifiesto que honran a sus hijos impíos
más que a Dios. Sienten más anhelo por escudar la reputación de
ellos que por glorificar a Dios; y tienen más deseo de complacer
a sus hijos que de agradar al Señor. . . . Aquellos que no tienen
suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta
de interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la
iglesia de Dios, son considerados responsables del mal que resulte
de su descuido del deber.
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Somos tan responsables de los males que hubiéramos podido
impedir en otros por el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral,
como si hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos.—
Patriarcas y Profetas, 624, 625
.
Se debe ser imparcial
—Es muy natural que haya favoritismo
en los padres en cuanto a sus hijos. Especialmente si los padres creen
que ellos mismos poseen una capacidad superior, considerarán que
sus hijos son superiores a otros niños. Por lo tanto, mucho de lo que
censurarían severamente en otros, lo pasan por alto en sus hijos como
una muestra de inteligencia. Si bien es cierto que esta parcialidad
es natural, no es justa ni cristiana. Se hace un gran daño a nuestros
hijos cuando les permitimos que sus faltas no sean corregidas.—
The
Signs of the Times, 24 de noviembre de 1881
.
No consintáis el mal
—Se debería explicar que el gobierno de
Dios no reconoce transigencias con el mal. Ni en el hogar ni en la
escuela se debería tolerar la desobediencia. Ningún padre ni maestro
que desee sinceramente el bienestar de los que están a su cuidado,
transigirá con la voluntad terca que desafíe a la autoridad o recurra
al subterfugio o la evasiva a fin de esquivar la obediencia. No es el
amor, sino el sentimentalismo el que se complace con el mal, trata