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La administración de la disciplina correctiva
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Esa oración puede hacer una impresión tal en su mente, que
ellos verán que no sois irrazonables. Y si los niños ven que no
sois irrazonables, habris ganado una gran victoria. Esta es la obra
que debe hacerse en el círculo de vuestra familia en estos últimos
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días.—
Manuscrito 73, 1909
.
La efectividad de la oración en una crisis disciplinaria
—No
los amenacis con la ira de Dios si cometen una mala acción, sino
presentadlos en vuestras oraciones a Cristo.—
Manuscrito 27, 1893
.
Si sois padres cristianos, antes de ocasionar dolor físico a vuestro
hijo, revelaris el amor que tenis para con vuestros pequeñuelos que
yerran. Mientras os postráis delante de Dios con vuestro hijo, pre-
sentaris al Redentor lleno de simpatía sus propias palabras: “Dejad
los niños venir, y no se lo estorbis; porque de los tales es el reino
de Dios”.
Marcos 10:14
. Esta oración traerá a los ángeles a vuestro
lado. Vuestro hijo no olvidará estos incidentes, y la bendición de
Dios descansará sobre tal instrucción, guiándolo a Cristo.
Cuando los niños comprenden que sus padres están procurando
ayudarles, pondrán todas sus energías en la debida dirección.—
Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 91
.
La experiencia personal en la disciplina
—Nunca permití que
mis hijos pensaran que podían molestarme en su niñez. Tambin
cri en mi familia a otros de otras familias, pero nunca permití que
esos niños pensaran que podían molestar a su madre. Nunca me
permití decir una palabra áspera o impacientarme o enojarme con
los niños. Nunca llegaron al punto de provocarme a ira, ni una sola
vez. Cuando se agitaba mi espíritu o cuando me parecía que iba a
perder los estribos, decía: “Niños, dejemos esto en paz ahora; no
diremos nada más de esto ahora. Lo trataremos otra vez antes de
acostarnos”. Teniendo todo ese tiempo para reflexionar, al anochecer
se habían aplacado y yo podía tratarlos muy bien. . . .
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Hay una forma correcta y una forma equivocada. Nunca levanté
la mano a mis hijos antes de hablarles. Y si se quebrantaban y si
reconocían su falta (y siempre lo hicieron cuando la presenté delante
de ellos y oré con ellos) y si se sometían (siempre lo hicieron cuando
yo procedía así), entonces los tenía dominados. Nunca actuaron de
otra manera. Cuando oraba con ellos, se quebrantaban por completo,
me echaban los brazos al cuello y lloraban. . . .