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Conducción del Niño
Al corregir a mis hijos, nunca permití que mi voz se alterara
en ninguna forma. Cuando advertía que algo andaba mal, esperaba
hasta que pasara el “calor”, y entonces los tomaba por mi cuenta
después de que habían tenido la oportunidad de reflexionar y estaban
avergonzados. Se avergonzaban si les daba una hora o dos para
pensar en estas cosas. Siempre me apartaba y oraba. Entonces no les
hablaba.
Después de que habían quedado solos por un tiempo, venían a
verme por el asunto. “Bien”, les decía, “esperemos hasta la noche”.
Al llegar esa hora, orábamos y entonces les decía que hacían daño
a su propia alma y agraviaban al Espíritu de Dios por su proceder
equivocado.—
Manuscrito 82, 1901
.
Emplead tiempo para orar
—Cuando me sentía irritada y ten-
tada a decir palabras que me avergonzarían, me callaba, salía de la
habitación y pedía a Dios que me diera paciencia para enseñar a
esos niños. Entonces podía volver y hablar con ellos y decirles que
no debían proceder mal otra vez. Podemos adoptar una posición
tal en este asunto de modo que no provoquemos a ira a los hijos.
Debiéramos hablar bondadosa y pacientemente, recordando siempre
cuán extraviados somos y cómo queremos ser tratados por nuestro
Padre celestial.
Estas son las lecciones que deben aprender los padres, y cuando
las hayáis aprendido, seréis los mejores alumnos de la escuela de
Cristo y vuestros hijos serán los mejores hijos. En esta forma podéis
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enseñarles el respeto de Dios y la observancia de su ley, porque
tendréis un excelente dominio sobre ellos y al hacer esto los estáis
educando para que en la sociedad sean niños que serán una bendición
para los que los rodean. Los estáis preparando para ser colaboradores
con Díos.—
Manuscrito 19, 1887
.
El gozo puede seguir al dolor de la disciplina
—El verdadero
modo de habérselas con las pruebas no consiste en tratar de escapar
a ellas, sino en transformarlas. Esto se aplica a toda la disciplina,
tanto a la de los primeros años como a la de los últimos. El descuido
de la educación temprana del niño y el consecuente fortalecimiento
de las malas tendencias dificulta su educación ulterior y es causa de
que la disciplina sea, con demasiada frecuencia, un proceso penoso.
Ha de ser penosa para la naturaleza baja, pues se opone a los deseos