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Conducción del Niño
son demasiado grandes para capacitarlos a prepararse para encon-
trarse con el Señor con gozo. Esta es una parte preciosísima de
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su servicio como seguidores de Dios, y ellos no pueden permitirse
descuidarla.—
Manuscrito 27, 1911
.
Mirad constantemente a Jesús
—Padres, . . . emplead toda fibra
moral y muscular en el esfuerzo para salvar a vuestra pequeña grey.
Las potencias del infierno se unirán para su destrucción, pero Dios
plantará en vuestro favor bandera contra el enemigo. Orad mucho
más de lo que oráis. Con amor y ternura, enseñad a vuestros hijos a
ir a Dios como a su Padre celestial. Por vuestro ejemplo, enseñadles
el dominio propio, y el ser serviciales. Decidles que Cristo no vivió
para agradarse a sí mismo.
Recoged los rayos de luz divina que brillan sobre vuestra senda.
Andad en la luz como Cristo está en la luz. Al emprender la obra
de ayudar a vuestros hijos a servir a Dios, vendrán las pruebas más
provocadoras; pero no perdáis vuestra confianza; aferraos a Jesús.
El dice: “Echen mano . . . de mi fortaleza, y hagan paz conmigo. ¡Sí,
que hagan paz conmigo!”.
Isaías 27:5
. Se presentarán dificultades;
encontraréis obstáculos; pero mirad constantemente a Jesús. Cuando
se presenta una emergencia, preguntad: “¿Señor, qué debo hacer
ahora?” Si os negáis a inquietaros o reñir, el Señor os mostrará el
camino. El os enseñará a usar del talento del habla de una manera
tan cristiana que la paz y el amor reinarán en el hogar. Siguiendo una
conducta consecuente, podréis ser evangelistas en el hogar, ministros
de la gracia para vuestros hijos.—
Consejos para los Maestros Padres
y Alumnos, 120, 121
.
Este trabajo recompensa
—Cuesta algo el llevar a los hijos
por los caminos de Dios. Cuesta las lágrimas de una madre y las
oraciones de un padre. Requiere incansables esfuerzos de enseñanza
paciente, un poco aquí y otro poco allá. Pero esta obra recompensa.
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De esta manera los padres pueden construir un baluarte alrededor de
sus hijos con el cual preservarlos del mal que está anegando nuestro
mundo.—
The Review and Herald, 9 de julio de 1901
.
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