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Cada hogar una iglesia
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cada uno para entrar en la escuela superior y convertirse en miembro
de la familia real, hijo del Rey celestial.—
Manuscrito 12, 1898
.
Deben vivir vidas consecuentes
—Todo deja su huella en la
mente juvenil. El semblante es estudiado, la voz tiene su influencia
y el comportamiento es cuidadosamente imitado por los jóvenes.
Los padres y madres regañones y malhumorados están dando a sus
hijos lecciones que ojalá pudieran desaprender. Ellos [los hijos] en
algún período de sus vidas darán [esas mismas lecciones] a todo el
mundo. Los hijos deben ver en la vida de sus padres una estabilidad
que esté de acuerdo con su fe. Viviendo una vida consecuente y
ejerciendo dominio propio, los padres pueden modelar el carácter
de sus hijos.—
Testimonies for the Church 4:621
.
Preparad a los hijos como obreros para Cristo
—Los que es-
tán unidos por vínculos sanguíneos se exigen mucho mutuamente.
Los miembros de la familia debieran manifestar bondad y el amor
más tierno. Las palabras habladas y los hechos realizados debieran
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estar en armonía con los principios cristianos. En esta forma, el
hogar puede ser una escuela donde se preparen obreros para Cristo.
El hogar ha de ser considerado como un lugar sagrado. . . . Cada
día de nuestra vida debiéramos rendirnos a Dios. Así podremos reci-
bir ayuda especial y ganar victorias diarias. La cruz ha de llevarse
diariamente. Debiera prevenirse cada palabra, pues somos respon-
sables ante Dios por representar en nuestras vidas, hasta donde sea
posible, el carácter de Cristo.—
Manuscrito 140, 1897
.
Un error fatal que muchos cometen
—¿Podemos educar a
nuestros hijos para una vida de convencionalismo respetable, una
vida en que profesen ser cristianos, pero que carezca de abnegación,
una vida para la cual el veredicto de Aquel que es la verdad, sea:
“No os conozco”? Miles lo hacen. Piensan asegurar a sus hijos los
beneficios del Evangelio, mientras niegan su espíritu. Pero esto no
es posible. Los que rechazan el privilegio del compañerismo con
Cristo en el servicio, rechazan la única preparación que imparte ido-
neidad para participar con él en la gloria. Rechazan la preparación
que en esta vida da fuerza y nobleza de carácter. Más de un padre y
una madre que negaron sus hijos a la cruz de Cristo, se percataron
demasiado tarde de que de ese modo los entregaban al enemigo de
Dios y del hombre. Sellaron su ruina, no sólo para la vida futura,
sino para la presente. La tentación los venció. Llegaron a ser una