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Conducción del Niño
de tiempo para educar a sus hijos con ayuda del gran libro de la
naturaleza, impresionando su tierna mente con las bellezas que con-
tienen los pimpollos y las flores. Los elevados árboles, los hermosos
pájaros que envían sus alegres cantos a su Creador, hablan a sus
sentidos de la bondad, la misericordia y la benevolencia de Dios.
Cada hoja y flor con sus tintes variados, que perfuman el aire, les
enseñan que Dios es amor. Todo lo que es bueno, amante y hermoso
en este mundo les habla del amor de nuestro Padre celestial. Pueden
discernir el carácter de Dios en sus obras creadas.—
The Signs of
the Times, 5 de agosto de 1875
.
De la perfección de Dios
—Así como las cosas de la naturaleza
manifiestan su aprecio por su Creador al hacer lo mejor posible por
embellecer la tierra y representar la perfección de Dios, así también
los seres humanos deberían esforzarse en su esfera de acción por
manifestar la perfección de Dios, permitiéndole obrar mediante ellos
sus propósitos de justicia, misericordia y bondad.—
Carta 47, 1903
.
Del Creador y el sábado
—¿Quién nos da el sol que hace pro-
ducir la tierra? ¿Quién nos da las lluvias abundantes? ¿Quién nos ha
dado los cielos de arriba y el sol y las estrellas del cielo? ¿Quién os
concedió la razón, quién cuida de vosotros todos los días? . . . Cada
vez que contemplamos el mundo, se nos recuerda de la poderosa
mano de Dios que lo trajo a la existencia. El cielo que se extiende por
encima de nuestra cabeza, y la tierra que se ensancha bajo nuestros
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pies cubierta por una alfombra de verdor, hacen recordar el poder
de Dios y también su bondad. Pudo haber hecho el pasto oscuro o
negro, pero Dios ama la belleza, y por lo tanto nos ha dado cosas
hermosas para contemplar. ¿Quién podría pintar las flores con los
delicados tintes que Dios les ha dado? . . .
No podemos tener un libro de texto mejor que la naturaleza.
“Considerad los lirios del campo, como crecen: no trabajan ni hilan;
pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así
como uno de ellos”. Elevemos hacia Dios la mente de nuestros hijos.
Para eso él nos dio el séptimo día y lo dejó como un recordativo de
sus obras creadas.—
Manuscrito 16, 1895
.
La obediencia a la ley
—El mismo poder que sostiene la natu-
raleza, obra también en el hombre. Las mismas grandes leyes que
guían igualmente a la estrella y al átomo, rigen la vida humana. Las
leyes que gobiernan la acción del corazón para regular la salida de la