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El dominio propio
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escuela de Cristo. Aprenderían la paciencia, el amor y la humildad;
y éstas son las mismas lecciones que han de enseñar a sus hijos.
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Después de que se hayan despertado las sensibilidades morales
de los padres, y retomen su obra descuidada con energías renovadas,
no deberían desanimarse o permitirse ser retrasados en su obra.
Muchos se cansan de obrar bien. Cuando descubren que se requiere
un esfuerzo sostenido, un constante dominio propio y una buena
medida de gracia, tanto como conocimiento, a fin de hacer frente a las
emergencias inesperadas que surgen, se descorazonan y abandonan
la lucha, y dejan que el enemigo de las almas haga su voluntad.
Día tras día, mes tras mes. año tras año, debe proseguir la obra,
hasta que el carácter de vuestros hijos quede formado, y los hábitos
afirmados en forma correcta. No debéis ceder y dejar a vuestras
familias abandonadas y sin gobierno.—
The Review and Herald, 10
de julio de 1888
.
Nunca perdáis el dominio de vosotros mismos
—Nunca debe-
ríamos perder el dominio de nosotros mismos. Mantengamos siem-
pre delante de nosotros el Modelo perfecto. Es un pecado hablar con
impaciencia o mal humor, o sentir ira—aun cuando no hablemos.
Debemos trabajar dignamente, y representar correctamente a Cristo.
Hablar palabras airadas es como golpear un pedernal contra otro
pedernal: inmediatamente surgen las chispas de los sentimientos
airados.
Nunca seáis como el capullo de la castaña. En el hogar, no uséis
palabras ásperas e hirientes. Deberíais invitar al Huésped celestial a
acudir a vuestro hogar, y al mismo tiempo hacer lo posible para que
él y los ángeles celestiales moren con vosotros. Deberíais recibir la
justicia de Cristo, la santificación del Espíritu de Dios, la belleza de
la santidad, a fin de revelar la luz de la vida a los que están junto a
vosotros.—
Manuscrito 102, 1901
.
El sabio dice: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y
el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudadr”.
[88]
El hombre o la mujer que conserva el equilibrio mental cuando
se siente tentado a ceder a la pasión, ocupa un lugar más elevado
ante la vista de Dios y de los ángeles celestiales que el general más
renombrado que alguna vez haya conducido a un ejército a la batalla
y la victoria. Un conocido emperador dijo en su lecho de muerte:
“Entre todas mis victorias, hay una sola que me proporciona gran