Página 350 - Consejos para la Iglesia (1991)

Basic HTML Version

346
Consejos para la Iglesia
extravían del buen camino, Aquel para quien toda alma es preciosa,
como comprada por su sangre? ¿No teméis que él os deje como los
habéis dejado a ellos? Tened por seguro que el verdadero Centinela
de la casa del Señor ha notado toda negligencia.
No es todavía demasiado tarde para redimir la negligencia pa-
sada. Reavívese el primer amor, el primer ardor. Buscad a aquellos
que ahuyentasteis, vendad por medio de la confesión las heridas que
hicisteis. Acercaos al gran corazón de amor compasivo y dejad que
la corriente de esa compasión divina fluya a vuestro corazón, y de
vosotros a los corazones ajenos. Sea la ternura y misericordia que
Jesús reveló en su preciosa vida un ejemplo de la manera en que
nosotros debemos tratar a nuestros semejantes, especialmente a los
que son nuestros hermanos en Cristo. Muchos que podrían haber
sido fortalecidos hasta la victoria por una palabra de aliento y valor,
han desmayado y se han desalentado en la gran lucha de la vida.
Nunca seáis fríos, sin corazón y simpatía, ni dados a la censura.
Nunca perdáis una oportunidad de decir una palabra que anime e
inspire esperanza. No podemos decir cuánto alcance pueden tener
nuestras palabras tiernas y bondadosas, nuestros esfuerzos seme-
jantes a los de Cristo para aliviar alguna carga. Los que yerran no
pueden ser restaurados de otra manera alguna que por el espíritu de
mansedumbre, amabilidad y tierno amor
Los métodos de Cristo en la disciplina de la iglesia
Al tratar con los miembros de la iglesia que yerran, el pueblo
de Dios debe seguir cuidadosamente las instrucciones dadas por el
[463]
Salvador en el capítulo 18 de Mateo.
Los seres humanos son propiedad de Cristo, comprados por él a
un precio infinito, y vinculados con él por el amor que él y su Padre
han manifestado hacia ellos. ¡Cuán cuidadosos debemos ser, pues,
en nuestro trato unos con otros! Los hombres no tienen derecho a
sospechar el mal con respecto a sus semejantes. Los miembros de
la iglesia no tienen derecho a seguir sus propios impulsos e incli-
naciones al tratar con miembros que han errado. No deben siquiera
expresar sus prejuicios acerca de los que erraron; porque así ponen
en otras mentes la levadura del mal. Los informes desfavorables
de un hermano o hermana de la iglesia se comunican de unos a