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Consejos Sobre el Régimen Alimenticio
El primer gran mal fue la intemperancia en el comer y beber.
Los hombres y las mujeres se han hecho esclavos del apetito. Son
intemperantes en el trabajo. Trabajan exagerada y arduamente para
preparar para sus mesas alimentos que perjudican grandemente el
organismo ya recargado. Las mujeres gastan una gran parte de su
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tiempo frente a una cocina prendida, preparando alimentos muy
sazonados con especias para complacer el gusto. Y como conse-
cuencia de esto, los niños son descuidados y no reciben instrucción
moral y religiosa. La madre sobrecargada descuida el cultivo de
un temperamento dulce, que es como el brillo del sol en la casa.
Consideraciones eternas llegan a ser secundarias. Todo el tiempo ha
de ser empleado en la preparación de estas cosas para el apetito que
arruina la salud, agría el temperamento y entenebrece las facultades
de razonamiento.—
Spiritual Gifts 4:131, 132 (1864)
.
235. Encontramos personas intemperantes por doquiera. Las
hallamos en los trenes, en los barcos, y por todas partes. Y debemos
preguntarnos qué estamos haciendo para rescatar a las almas del
lazo del tentador. Satanás se halla constantemente alerta para colocar
por completo bajo su dominio a la raza humana. La forma más
poderosa en que él hace presa del hombre es el apetito, que trata de
estimular de toda manera posible. Todos los excitantes antinaturales
son perjudiciales, y cultivan el deseo por el alcohol. ¿Cómo podemos
iluminar a la gente, y evitar los terribles males que resultan del uso de
estas cosas? ¿Hemos hecho todo lo que podemos en este sentido?—
Christian Temperance and Bible Hygiene, 16 (1890)
.
Adorando en el santuario del apetito pervertido
236. Dios ha concedido grande luz a este pueblo, aunque no es-
tamos fuera del alcance de la tentación. ¿Quiénes de entre nosotros
están solicitando ayuda a los dioses de Ecrón? Miramos este cuadro,
que no ha sido trazado por la imaginación. ¿En cuántos, aun de entre
los adventistas, pueden verse sus principales características? Un
inválido—aparentemente muy concienzudo, pero fanático y lleno de
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suficiencia propia—confiesa libremente su desprecio por las leyes
de la vida y la salud, que la misericordia divina nos ha inducido a
aceptar como pueblo. Sus alimentos deben ser preparados de una
manera que satisfaga sus anhelos mórbidos. Más bien que sentarse a