régimen durante la infancia
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Mientras los padres y los hijos consumían sus manjares deli-
cados, mi esposo y yo misma ingerimos nuestra sencilla merienda
a la hora acostumbrada, a la 1 PM, la que consistía en pan de tri-
go sin mantequilla y una abundante cantidad de fruta. Comimos
nuestra merienda con gusto y con corazones agradecidos porque no
estábamos obligados a llevar con nosotros todo un cargamento de
provisiones para satisfacer un apetito caprichoso. Comimos abun-
dantemente y no sentimos hambre hasta la mañana siguiente. El
vendedor de naranjas, nueces, maíz tostado y caramelos hizo muy
poco negocio con nosotros.
La calidad de alimento ingerida por los padres y los hijos no se
convertía en buena sangre y temperamentos agradables. Los niños
eran pálidos. Algunos tenían llagas feas en la cara y las manos.
Otros, con llagas en los ojos, estaban casi ciegos, lo cual echaba a
perder la belleza de la cara. Había otros que no presentaban llagas
en la piel, pero sufrían de tos, catarro y otras dificultades de la
garganta y los pulmones. Vi a un niño de tres años de edad que
sufría de diarrea. Tenía fiebre alta, pero parecía creer que todo lo
que necesitaba era comida. Pedía, cada pocos minutos, que se le
diera torta, pollo y encurtidos. La madre respondía como una esclava
obediente a cada pedido del niño; y cuando la comida pedida no
llegaba tan rápidamente como se la esperaba, y los gritos y llamadas
se volvían desagradablemente urgentes, la madre contestaba: “Sí, sí,
querido, te lo vamos a dar”. Después que la comida llegaba a sus
manos la arrojaba al suelo con enojo, porque tardó en llegar. Una
niñita comía de su porción de jamón hervido, pepinos en vinagre
con pan y mantequilla, cuando descubrió el plato del cual yo comía.
Allí había algo que ella no tenía, y se negó a comer. La niña de seis
años de edad dijo que quería un plato. Pensé que lo que ella deseaba
era la linda manzana colorada que yo estaba comiendo; y a pesar
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de que teníamos una porción limitada, sentí tanta lástima por los
padres, que le dí una linda manzana. Me la arrebató de la mano y
con desdén la arrojó al piso del vagón. Pensé: Si esta niña puede
salir con la suya, avergonzará ciertamente a su madre.
Esta manifestación de enojo era el resultado de la indulgencia
de la madre. La calidad de alimento que proveía a su hija ejercía un
desgaste continuo sobre los órganos de la digestión. La sangre era
impura y la niña, enfermiza, era irritable. La calidad del alimento