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Consejos Sobre el Régimen Alimenticio
frutar de salud, persisten en una práctica que debilitará la mente y el
cuerpo.—
Manuscrito 88
.
“Hacedlo todo para la gloria de Dios”
75. Por la inspiración del Espíritu de Dios, el apóstol Pablo insta
a que todo lo que hagamos, aun el acto natural de comer o beber,
debemos hacerlo no para complacer el apetito pervertido, sino con
un sentido de responsabilidad: “Hacedlo todo para la gloria de Dios”.
1 Corintios 10:31
. Cada parte del hombre ha de ser protegida; hemos
de ejercer cuidado, no sea que lo que se lleva al estómago borre de
la mente pensamientos elevados y santos. ¿No puedo yo hacer lo
que me place? pregunta alguien, como si estuviéramos tratando de
privarlo de un gran bien, cuando presentamos la necesidad de comer
con inteligencia, y conformar todos los hábitos a las leyes que Dios
ha establecido.
Existen derechos que pertenecen a todos los individuos. Tenemos
una individualidad y una identidad que es nuestra. Nadie puede
sumergir su identidad en la de algún otro. Cada uno debe actuar por
sí mismo, de acuerdo con los dictados de su propia conciencia. Con
respecto a nuestra responsabilidad e influencia, somos responsables
ante Dios porque derivamos nuestra vida de él. No la obtenemos de
la humanidad, sino sólo de Dios. Pertenecemos a él por creación y
por redención. Nuestros propios cuerpos no nos pertenecen, para que
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los tratemos como nos plazca, para que los estropeemos con hábitos
que conducen a la decadencia, imposibilitándonos el rendir a Dios un
servicio perfecto. Nuestra vida y todas nuestras facultades mentales,
pertenecen a él. El está cuidando de nosotros cada momento. El
conserva la maquinaria humana en acción. Si nos la dejara para que
la hiciéramos funcionar nosotros por un solo momento, moriríamos.
Dependemos absolutamente de Dios.
Aprendemos una gran lección cuando nos damos cuenta de nues-
tra relación con Dios, y su relación con nosotros. Las palabras: “No
sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio” (
1 Corintios
6:19, 20
), deben grabarse permanentemente en nuestra memoria,
para que siempre reconozcamos el derecho que Dios tiene sobre
nuestros talentos, nuestra propiedad, nuestra influencia, nuestra in-
dividualidad personal. Hemos de aprender cómo tratar este don de