Página 224 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
las obras. De la sangre, de las llagas, de la misma muerte de Cristo
es de donde mana esa fe que brota en el corazón.”
En uno de los tratados se explicaba del siguiente modo la dife-
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rencia que media entre la excelencia de la fe y las obras humanas:
“Dios dijo: ‘Quien creyere y fuere bautizado, será salvo.’ Esta
promesa de Dios debe ser preferida a toda la ostentación de las obras,
a todos los votos, a todas las satisfacciones, a todas las indulgencias,
y a cuanto ha inventado el hombre; porque de esta promesa, si la
recibimos con fe, depende toda nuestra felicidad. Si creemos, nuestro
corazón se fortalece con la promesa divina; y aunque el fiel quedase
despojado de todo, esta promesa en que cree, le sostendría. Con ella
resistiría al adversario que se lanzara contra su alma; con ella podrá
responder a la desapiadada muerte, y ante el mismo juicio de Dios.
Su consuelo en todas sus adversidades consistirá en decir: Yo recibí
ya las primicias de ella en el bautismo; si Dios es conmigo, ¿quién
será contra mí? ¡Oh! ¡qué rico es el cristiano y el bautizado! nada
puede perderle a no ser que se niegue a creer.”
“Si el cristiano encuentra su salud eterna en la renovación de
su bautismo por la fe—preguntaba el autor de este tratado,—¿qué
necesidad tiene de las prescripciones de Roma? Declaro pues—
añadía—que ni el papa, ni el obispo, ni cualquier hombre que sea,
tiene derecho de imponer lo más mínimo a un cristiano sin su consen-
timiento. Todo lo que no se hace así, se hace tiránicamente. Somos
libres con respecto a todos... Dios aprecia todas las cosas según la
fe, y acontece a menudo que el simple trabajo de un criado o de una
criada es más grato a Dios que los ayunos y obras de un fraile, por
faltarle a éste la fe. El pueblo cristiano es el verdadero pueblo de
Dios.”—D’Aubigné,
Histoire de la Réformation du seizieme siécle,
lib. 6, cap. 6.
D’Aubigné,
Historia de la Reforma del siglo XVI,
lib. 6, cap. 2. Este lenguaje es
muy semejante al que empleó el arzobispo Carranza, quien dijo en su
Catecismo cristiano
que “la fe sin las obras es muerta, puesto que las obras son una indicación segura de
la existentía de la fe;” que “nuestras buenas obras tienen valor solamente cuando son
ejecutadas por amor de Cristo, y que, si prescindimos de él, no valen nada;” que “los
sufrimientos de Cristo son del todo suficientes para salvar de todo pecado;” y que “él
carga con nuestros pecados y nosotros quedamos libres.”—
Spanish Protestants in the
Sixteenth Century,
por C. A. Wilkens, cap. 15.