Ejercicio, aire y luz sola
La principal razón, si no la única, por la que muchos se trans-
forman en inválidos es que la sangre no circula libremente, y los
cambios del líquido vital, necesarios para la vida y la salud, no se
realizan. No han dado ejercicio a sus cuerpos ni alimento a sus
pulmones, que es el aire puro y fresco; por lo tanto, es imposible
vitalizar la sangre, la que sigue su curso perezosamente por el orga-
nismo. Cuanto más ejercicio hagamos, mejor será la circulación de
la sangre.
Más gente muere por falta de ejercicio que por exceso de fatiga;
son más los que se echan a perder por el ocio que por el ejercicio.
Los que se acostumbran a hacer ejercicio apropiado al aire libre,
generalmente tienen una buena y vigorosa circulación. Dependemos
más del aire que respiramos que de los alimentos que ingerimos. Los
hombres y las mujeres, jóvenes y mayores, que desean tener buena
salud, y que les gustaría tener una vida activa, debieran recordar que
no pueden tenerlas sin una buena circulación. Cualquiera que sea
su ocupación o inclinación, debieran decidirse a ejercitarse al aire
libre todo lo posible. Debieran considerar que es un deber religioso
superar el estado de salud que los ha mantenido confinados en el
interior de sus casas, privados del ejercicio al aire libre.
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Algunos inválidos llegan a obstinarse en este asunto y se niegan
a aceptar la gran importancia del ejercicio diario al aire libre, por
el cual pueden obtener una provisión de aire puro. Por temor de
tomar frío, persisten, año tras año, en hacer su voluntad y vivir en
un ambiente sin vitalidad. Es imposible para esta clase de personas
tener una circulación saludable. El organismo completo sufre por
falta de ejercicio y aire puro. La piel se debilita y se vuelve más
sensible a cualquier cambio atmosférico. Se ponen ropa adicional y
aumentan el calor de las habitaciones. El día siguiente requieren un
poco más de calor y un poco más de ropa para sentirse perfectamente
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Testimonios para la Iglesia 2:466-467
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