Página 245 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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Los sanatorios y la obra evangélica
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“vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy,
vosotros también estéis”.
Juan 14:3
. La Palabra de Dios contiene
admirables promesas, de las cuales los que sufren del cuerpo o de la
mente, pueden recibir consuelo, esperanza y valor
El plan de proveer instituciones para el cuidado debido de los
enfermos se originó en el Señor. El ha instruido a su pueblo para
que establezcan estas instituciones. Deben trabajar en ellas médicos
temerosos de Dios, que sepan tratar a los enfermos desde el punto de
vista del médico cristiano hábil. Estos médicos deben ser fervientes
y activos, y servir al Señor en su especialidad. Deben recordar que
están trabajando en el lugar y bajo la vigilancia del Gran Médico. Son
los guardianes de los seres a quienes Cristo compró con su propia
sangre, y por lo tanto es indispensable que se dirijan por medio
de principios elevados y nobles, y que lleven a cabo la volundad
del Médico Misionero Divino, quien vela constantemente sobre los
enfermos y dolientes.
Los que han sido designados guardianes de la salud de los en-
fermos debieran comprender por medio de la experiencia el poder
suavizador de la gracia de Cristo, para que los que acuden a ellos
en busca de tratamiento puedan recibir mediante sus palabras el
poder elevador y sanador de la propia verdad de Dios. Un médico
no se encuentra preparado para la obra misionera médica hasta que
ha obtenido conocimiento de Aquel que vino a salvar a las almas
perdidas y afligidas por el pecado. Si Cristo es su Maestro, y si
poseen conocimiento experimental de la verdad, pueden presentar al
Salvador ante los enfermos y los desahuciados.
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Los enfermos observan cuidadosamente las expresiones, las pa-
labras y los actos de sus médicos, y cuando el médico cristiano
se arrodilla junto al lecho del doliente, para pedir al Gran Médico
que tome su caso en sus propias manos, impresiona la mente del
enfermo, lo cual puede producir como resultado la salvación de su
alma.
[
The Review and Herald, 23 de marzo de 1906
.
]