Página 337 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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La crítica y la censura
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Los hombres a quienes se ha designado para diferentes posi-
ciones de confianza deben ser respetados. No esperamos encontrar
hombres perfectos en todo sentido. Puede ser que busquen la per-
fección del carácter, pero son finitos y están propensos a errar. Los
que trabajan en nuestras instituciones debieran considerar que es su
deber proteger celosamente tanto la obra como los obreros contra la
crítica injusta. No debieran aceptar ni hablar prontamente palabras
de censura contra nadie que esté relacionado con la obra de Dios,
porque al hacerlo, Dios mismo puede resultar reprochado y la obra
que él hace por medio de sus instrumentos puede retrasarse grande-
mente. Las ruedas del progreso pueden quedar bloqueadas cuando
Dios dice: “Avanzad”.
Entre nuestro pueblo existe el gran mal de dar rienda suelta a los
pensamientos, de poner en duda y criticar todo lo que otros hacen,
hacer una montaña de un grano de arena, y pensar que sus propios
métodos son los correctos, mientras, si se encontraran en el mismo
lugar que su hermano, tal vez no harían ni la mitad de lo que éste
hace. Para algunos es tan natural encontrar errores en lo que otro
hace como lo es respirar. Han formado el hábito de criticar a los
demás, cuando ellos mismos son quienes debieran ser censurados
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y su manera impía de hablar y sus sentimientos duros debieran ser
quemados de sus almas por el fuego purificador del amor de Dios...
Una persona que permite que la sospecha o la censura recaigan
sobre sus compañeros en la obra, mientras no reprocha a los que
se quejan ni presenta fielmente el asunto a la persona afectada,
está realizando la obra del enemigo. Está regando la semilla de la
discordia y la dificultad, cuyo fruto encontrará en el día de Dios...
Esta falta de respeto por los demás, esta desconsideración por el
derecho y la justicia, no son una cosa poco frecuente. Se encuentran
en mayor o menor medida en todas nuestras instituciones. Si alguien
comete un error, hay quienes se dedican a hablar de ello hasta que
lo convierten en un asunto de grandes proporciones. En vez de esto,
todos los que trabajan en nuestras instituciones debieran respetar
el principio sagrado de guardar los intereses y la reputación de
las personas con quienes se asocian, así como les gustaría que se
protegiera su propia reputación.