Un llamamiento responsable
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tienen su fundamento en esto. Puede ser que alguna aguda dificultad
del hogar esté royendo como un cáncer el alma y debilitando las
fuerzas vitales. A veces el remordimiento por el pecado mina la
constitución y desequilibra la mente. Hay también doctrinas erró-
neas, como la de un infierno que arde eternamente y el tormento
sin fin de los impíos, que, al presentar ideas exageradas y distorsio-
nadas del carácter de Dios, han producido el mismo resultado en
las mentes sensibles. Los incrédulos han sacado partido de estos
casos desgraciados para atribuir la locura a la religión. Pero ésta es
una grosera calumnia, y no les agradará tener que enfrentarla algún
día. Lejos de ser causa de locura, la religión de Cristo es uno de sus
remedios más eficaces; porque es un calmante poderoso para los
nervios.
El médico necesita sabiduría y poder más que humanos para
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saber atender a los muchos casos aflictivos de enfermedades de la
mente y del corazón que está llamado a tratar. Si ignora el poder de
la gracia divina, no puede ayudar al afligido, sino que agravará la
dificultad; pero si tiene firme confianza en Dios, podrá ayudar a la
mente enferma y perturbada. Podrá dirigir sus pacientes a Cristo, en-
señarles a llevar todos sus cuidados y perplejidades al gran Portador
de cargas.
Dios ha señalado la relación que hay entre el pecado y la en-
fermedad. Ningún médico puede ejercer durante un mes sin ver
esto ilustrado. Tal vez pase por alto el hecho; su mente puede estar
tan ocupada en otros asuntos que no se dé cuenta de ello; pero si
quiere observar sinceramente, no podrá menos que reconocer que
el pecado y la enfermedad llevan entre sí una relación de causa a
efecto. El médico debe reconocer pronto este hecho y actuar de
acuerdo con él. Después de conquistar la confianza de los afligidos
al aliviar sus sufrimientos, y de rescatarlos del borde de la tumba,
puede enseñarles que la enfermedad es el resultado del pecado; y
que es el enemigo caído el que procura inducirlos a seguir prácticas
que destruyen la salud y el alma. Puede inculcar en sus mentes la
necesidad de abnegación y de obedecer a las leyes de la vida y la
salud. Especialmente en la mente de los jóvenes puede implantar los
principios correctos.
Dios ama a sus criaturas con un amor a la vez tierno y fuerte.
Ha establecido las leyes de la naturaleza; pero sus leyes no son