Página 368 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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Consejos Sobre la Salud
exigencias arbitrarias. Cada “No harás,” sea en la ley física o moral,
contiene o implica una promesa. Si obedecemos, las bendiciones
acompañarán nuestros pasos; si desobedecemos, habrá como resulta-
do peligro y desgracia. Las leyes de Dios están destinadas a acercar
más a sus hijos a él. Los salvará del mal y los conducirá al bien, si
quieren ser conducidos; pero nunca los obligará...
Los médicos que aman y temen a Dios son pocos comparados
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con los infieles y los abiertamente irreligiosos; y se debe buscar la
ayuda de los primeros en lugar de preferir a los últimos. Bien se
puede desconfiar del médico que no tiene temor de Dios. Ante él se
abre una puerta hacia la tentación, y el astuto enemigo le sugerirá la
comisión de pensamientos y acciones bajos. Únicamente el poder
de la gracia divina puede aquietar la pasión turbulenta y fortalecer
contra el pecado. A los que son moralmente corruptos no les faltan
oportunidades para mancillar las mentes puras. ¿Pero cómo se pre-
sentará el médico licencioso en el día de Dios? Mientras profesaba
cuidar a los enfermos, ha traicionado sus responsabilidades sagradas.
Ha degradado tanto el alma como el cuerpo de las criaturas del Señor
y ha encaminado sus pies por el sendero que conduce a la perdición.
¡Cuán terrible es tener que confiar a nuestros seres amados en las
manos de hombres impuros, que pueden envenenar las costumbres
y arruinar el alma! ¡Cuán fuera de lugar está junto a la cama del
enfermo el médico que no tiene temor de Dios!
Familiaridad con el sufrimiento
El médico se ve casi diariamente frente a frente con la muerte.
Está, por así decirlo, pisando el umbral de la tumba. En muchos
casos, la familiaridad con las escenas de sufrimiento y muerte resulta
en descuido e indiferencia para con la desgracia humana y temeridad
en el tratamiento de los enfermos. Tales médicos parecen no tener
tierna simpatía. Son duros y abruptos, y los enfermos temen su trato.
Esos hombres, por grande que sea su conocimiento y habilidad,
beneficiarán poco a los dolientes; pero si el médico combina el
conocimiento del ramo con el amor y la simpatía que Jesús manifestó
para con los enfermos, su misma presencia será una bendición.
No considerará al paciente como una simple pieza de mecanismo
humano, sino como un alma que se puede salvar o perder.
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