Una compasión como la de Crist
Se me mostró que los médicos de nuestro Instituto debieran
ser hombres y mujeres de fe y espiritualidad. Debieran poner su
confianza en Dios. Hay muchos que vienen al Instituto y que por su
propia complacencia pecaminosa han acarreado sobre sí enfermedad
de casi todo tipo. Esta clase de personas no merecen la simpatía
que frecuentemente requieren. Y resulta doloroso para los médicos
dedicar tiempo y fuerzas a esta clase de gente, que se encuentran
rebajados física, mental y moralmente.
Pero hay una clase de personas que por ignorancia han vivido en
violación de las leyes de la naturaleza. Han trabajado intemperan-
temente y han comido con intemperancia, porque era la costumbre
hacerlo. Algunos han soportado muchos tratamientos de numerosos
médicos, pero no han mejorado, sino que han empeorado. Finalmen-
te son arrancados de los negocios, de la sociedad y de sus familias;
y como último recurso, acuden al Instituto de Salud, con una débil
esperanza de encontrar alivio. Este tipo de enfermos necesitan sim-
patía. Debieran ser tratados con la mayor ternura, y debiera cuidarse
de hacerles comprender las leyes que rigen su ser, con el fin de que
dejen de violarlas y se dirijan por ellas para evitar el sufrimiento y
la enfermedad, que son la pena por la violación de las leyes de la
naturaleza...
Recordemos a Cristo, quien entró en contacto directo con la hu-
manidad sufriente. Aunque en muchos casos los afligidos se habían
acarreado enfermedades sobre sí mismos por su comportamiento
pecaminoso y su violación de las leyes naturales, Jesús se compa-
deció de su debilidad, y cuando acudían a él con las más repulsivas
enfermedades, él no se apartaba de ellos por temor a contaminarse,
sino que los tocaba y los libraba de la enfermedad.
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Testimonies for the Church 3:178-184 (1872)
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