El médico cristiano como misionero
Aquellos que dejan que Cristo more en sus corazones amarán a
las almas por las cuales él murió. Los que en verdad le aman, tendrán
un fervoroso anhelo de permitir que ese amor llegue a ser aceptado
y comprendido entre los demás.
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Me entristece ver que tan pocos tienen interés de ayudar a los que
viven en la oscuridad. Que ningún creyente verdadero se conforme
con vivir ociosamente en la viña del Maestro. Todo poder le fue
dado a Cristo en el cielo y en la tierra, y él impartirá su poder a sus
seguidores, para realizar la magna tarea de hacer que los hombres se
alleguen a él. El anima constantemente a sus instrumentos humanos,
para que realicen la obra del cielo en todo el mundo y les promete
estar con ellos todos los días hasta el fin del mundo. Las inteligencias
celestiales—que son “millones de millones” (
Apocalipsis 5:11
)—
son enviadas como mensajeros para que se unan con las fuerzas
humanas en la salvación de las almas. ¿Por qué la fe en las grandes
verdades que predicamos no enciende un propósito fervoroso en
el altar de nuestros corazones? ¿Por qué, me pregunto, en vista de
la grandeza de estas verdades, no todos los que profesan creer en
ellas se sienten inspirados con un celo misionero, un celo que debe
caracterizar a todos los obreros de Dios
¿Quién dirá: “envíame a mí”?
Se necesita hacer el trabajo de Cristo. Que las personas que creen
en la verdad se consagren al servicio de Dios. Deberían haber cientos
de feligreses empeñados en la obra misionera allí donde ahora hay
unos pocos solamente. ¿Quién comprenderá la importancia y la
grandeza divina de la invitación? ¿Quién se negará a sí mismo?
Cuando el Salvador llame a los obreros, ¿quién dirá: “Heme aquí,
envíame a mí”?
[
Medical Missionary, Enero, 1891.
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