Página 582 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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Ejemplo del médico misionero
En los días de Cristo no había sanatorios en la Tierra Santa. Pero
dondequiera que fuera el Gran Médico, llevaba consigo la eficacia
sanadora que producía la curación de todas las enfermedades, espiri-
tuales y físicas. El la impartía a los que se encontraban bajo el poder
aflictivo del enemigo. En todas las ciudades, los pueblos y las aldeas
por los que pasaba, con la solicitud de un padre amante, colocaba
sus manos sobre los afligidos, los sanaba y les hablaba palabras de
la más tierna simpatía y compasión. ¡Cuánto apreciaban ellos esas
palabras! De él fluía una corriente de poder sanador que restauraba a
los enfermos. Sanaba a hombres y mujeres sin vacilación y con gran
gozo, porque se alegraba de poder restaurar la salud a los enfermos.
Ansiedad de su familia
El poderoso Sanador trabajaba tan incesantemente, tan
intensamente—y con frecuencia sin comida—, que algunos de sus
amigos temían que no pudiera soportar por mucho más tiempo la
tensión constante. Sus hermanos oyeron eso, y también la acusación
de los fariseos de que echaba a los demonios por medio del poder
de Satanás. Sintieron profundamente el reproche que recibían por
causa de su relación con Jesús. Decidieron que debía ser persuadido
o constreñido a abandonar esa manera de trabajar, de modo que in-
dujeron a María a unirse con ellos en su esfuerzo, porque pensaban
que a través de su amor por ella podían convencerlo de que debía
actuar con más prudencia.
Jesús estaba enseñando a la gente cuando sus discípulos le lleva-
ron el mensaje de que su madre y sus hermanos deseaban verlo. El
sabía lo que había en sus corazones. Por eso les respondió: “¿Quién
es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano
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hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque
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