Página 60 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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Se debe gobernar el cuerpo
La vida es un regalo de Dios. Se nos han dado nuestros cuerpos
para que los empleemos en el servicio del Señor, y él desea que
los cuidemos y les tengamos aprecio. Poseemos facultades físicas
y mentales. Nuestros impulsos y pasiones tienen su asiento en el
cuerpo, y por lo tanto no debemos hacer nada que contamine esta po-
sesión que se nos ha confiado. Debemos mantener nuestros cuerpos
en la mejor condición física posible, y bajo una constante influencia
espiritual para que podamos utilizar nuestros talentos de la mejor
manera. Léase.
1 Corintios 6:13
.
El uso equivocado del cuerpo acorta el período de vida que Dios
ha asignado para que lo utilicemos en su servicio. Cuando nos permi-
timos el cultivo de hábitos equivocados, nos acostamos a altas horas
de la noche, y satisfacemos las demandas del apetito a expensas de
la salud, colocamos los fundamentos de nuestra debilidad. Desequi-
libramos el sistema nervioso cuando descuidamos el ejercicio físico
o recargamos de trabajo la mente o el cuerpo. Los que acortan sus
vidas de este modo y no hacen caso de las leyes naturales, son culpa-
bles de robarle a Dios. No tenemos derecho de descuidar el cuerpo,
la mente, o las fuerzas, ni de abusar de estos dones que deberían
utilizarse para ofrecer a Dios un servicio consagrado.
Todos deberían poseer un conocimiento inteligente de la consti-
tución humana, con el fin de mantener sus cuerpos en las mejores
condiciones para realizar la obra del Señor. Los que se atreven a
formar hábitos que debilitan las energías nerviosas y disminuyen el
vigor de la mente o el cuerpo, se vuelven ineficientes para el trabajo
que Dios les ha pedido que hagan. Por otra parte, una vida pura y
saludable es apta para el perfeccionamiento del carácter cristiano y
para el desarrollo de sus facultades mentales y físicas
[42]
La ley de la temperancia debe controlar la vida de cada cris-
tiano. En todos nuestros pensamientos debemos tener presente a
Dios; siempre se debe mantener en alto su gloria. Necesitamos
[
The Review and Herald, 1 de diciembre de 1896
.
]
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