Página 620 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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Nuestro deber en la preservación de la salud
Mi corazón se entristece al ver a tantos predicadores debilitados,
tantos que están en lechos de enfermedad, tantos que acaban prema-
turamente su historia terrena—hombres que han llevado la carga de
responsabilidad en la obra de Dios, y cuyo corazón estaba por entero
en su obra. La convicción de que debían dejar de trabajar por la
causa que amaban les fue mucho más dolorosa que los sufrimientos
de la enfermedad, y aun que el mismo pensamiento de la muerte.
Nuestro Padre celestial no aflige ni agravia voluntariamente a
los hijos de los hombres. No es el autor de la enfermedad ni de la
muerte; es la fuente de la vida. Quiere que los hombres vivan; y para
lograrlo desea que ellos acaten las leyes de la vida y la salud.
Los que aceptan la verdad presente y son santificados por ella,
tienen un intenso deseo de representar la verdad en su vida y carácter.
Tienen un profundo anhelo de que otros vean la luz y se regocijen en
ella. Mientras el verdadero atalaya anda llevando la semilla preciosa,
sembrando junto a todas las aguas, llorando y orando, la carga del
trabajo es muy penosa para su mente y su corazón. El no puede
aguantar la tensión de continuo, con el alma conmovida hasta su
más íntima profundidad, sin gastarse prematuramente. Se necesitan
fuerza y eficiencia en cada discurso. Y de vez en cuando, se necesita
sacar provisiones frescas de cosas nuevas y viejas del depósito de la
Palabra de Dios. Esto impartirá vida y poder a los que oigan. Dios
no quiere que os agotéis de tal manera que vuestros esfuerzos no
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tengan frescura ni vida
Los que están empeñados en labor mental constante, ora sea
estudiando o predicando, necesitan descanso y cambio. El estudiante
ferviente ejercita constantemente su cerebro, demasiado a menudo,
mientras descuida el ejercicio físico; y como resultado, las facultades
corporales quedan debilitadas y restringido el esfuerzo mental. Así
deja el estudiante de hacer la obra que podría haber hecho, si hubiese
trabajado prudentemente.
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Obreros Evangélicos, 253-257 (1892)
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