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Consejos Sobre la Salud
dar a los fieles y justos el toque final de la inmortalidad. Cuando
él venga, no lo hará para limpiarnos de nuestros pecados, quitarnos
los defectos de carácter, o curarnos de las flaquezas de nuestro
temperamento y disposición. Si es que se ha de realizar en nosotros
esta obra, se hará antes de aquel tiempo. Cuando venga el Señor,
los que son santos seguirán siendo santos. Los que han conservado
su cuerpo y espíritu en pureza, santificación y honra, recibirán el
toque final de la inmortalidad. Pero los que son injustos, inmundos
y no santificados permanecerán así para siempre. No se hará en su
favor ninguna obra que elimine sus defectos y les dé un carácter
santo. El Refinador no se sentará entonces para proseguir su obra
de refinación y quitar sus pecados y su corrupción. Todo esto debe
hacerse en las horas del tiempo de gracia.
Ahora
es cuando debe
realizarse esta obra en nosotros..
Estamos ahora en el taller de Dios. Muchos de nosotros somos
piedras toscas de la cantera. Pero cuando echamos mano de la verdad
de Dios, su influencia nos afecta; nos eleva, y elimina de nosotros
toda imperfección y pecado, cualquiera que sea su naturaleza. Así
quedamos preparados para ver al Rey en su hermosura y unirnos
finalmente con los ángeles puros y santos, en el reino de gloria. Aquí
es donde nuestro cuerpo y nuestro espíritu han de quedar dispuestos
para la inmortalidad.
La obra de la santificación
Estamos en un mundo que se opone a la justicia, a la pureza de
carácter y al crecimiento en la gracia. Dondequiera que miramos,
vemos corrupción y contaminación, deformidad y pecado. Y ¿cuál es
la obra que hemos de emprender aquí precisamente antes de recibir
la inmortalidad? Consiste en conservar nuestros cuerpos santos y
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nuestro espíritu puro, para que podamos subsistir sin mancha en
medio de las corrupciones que abundan en derredor nuestro en estos
últimos días. Y para que esta obra se realice, necesitamos dedicarnos
a ella en seguida con todo el corazón y el entendimiento. No debe
penetrar ni influir en nosotros el egoísmo. El Espíritu de Dios debe
ejercer perfecto dominio sobre nosotros, e influir en todas nuestras
acciones. Si nos apropiamos debidamente del cielo y del poder de
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Testimonios para la Iglesia 2:317-321 (1869)
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