Página 659 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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La sencillez en la manera de vestir
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más rico. Cada mirada que echan al espejo debiera recordar a las
adoradoras de la moda el alma que descuidan. Cada hora malgastada
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en el atavío les merece una reprensión por dejar inculto el intelecto.
Podría haber entonces una reforma que elevaría y ennoblecería todos
los fines y propósitos de la vida. En vez de procurar adornos de oro
para la vista, se haría un esfuerzo ferviente para obtener la sabiduría
que es de más valor que el oro fino; sí, que es más preciosa que los
rubíes...
Efecto de la manera de vestir sobre la moralidad
El amor al vestido hace peligrar la moralidad, y hace de la mujer
lo contrario de una dama cristiana, caracterizada por la modestia y
la sobriedad. Los vestidos llamativos y extravagantes con frecuencia
estimulan la concupiscencia en el corazón de quienes los usan y
despiertan pasiones bajas en la mente de quienes los contemplan.
Dios ve que la ruina del carácter con frecuencia está precedida por
la complacencia del egoísmo y la vanidad en el vestir. Ve que la ropa
costosa ahoga el deseo de hacer el bien.
Cuanto más dinero la gente gasta en ropa, tanto menos tiene para
alimentar a los hambrientos y vestir a los desnudos; y así se secan las
fuentes de la beneficencia que debieran fluir constantemente. Cada
dólar que se ahorra por el renunciamiento personal a los adornos
inútiles, puede darse a los necesitados, o bien puede colocarse en la
tesorería del Señor para sustentar el Evangelio, para enviar misione-
ros a países extranjeros, para multiplicar las publicaciones a fin de
enviar rayos de luz a las almas que se encuentran en las tinieblas del
error. Cada peso utilizado innecesariamente priva al que lo gasta de
una preciosa oportunidad de hacer el bien...
Cuando colocáis sobre vuestra persona una prenda de vestir inú-
til o extravagante, estáis reteniendo lo que corresponde al desnudo.
Cuando llenáis vuestras mesas con una variedad innecesaria de ali-
mentos costosos, estáis descuidando de alimentar a los hambrientos.
¿Qué clase de registro hay de vosotros, profesos cristianos? Os ruego
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que no malgastéis en complacencias necias y perjudiciales lo que
Dios requiere en su tesorería, ni la porción que debiera darse a los
pobres. No nos vistamos con ropa costosa, sino con buenas obras,
como mujeres que profesan santidad. Que los gemidos de la viuda y