Página 105 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La victoria
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oyó la voz del tentador: “A ti te daré toda esta potestad, y la gloria
de ellos; porque a mí es entregada, y a quien quiero la doy: pues si
tú adorares delante de mí, serán todos tuyos.”
La misión de Cristo podía cumplirse únicamente por medio de
padecimientos. Le esperaba una vida de tristeza, penurias y conflicto,
y una muerte ignominiosa. Debía llevar los pecados del mundo ente-
ro. Debía soportar la separación del amor de su Padre. El tentador le
ofrecía la entrega del poder que había usurpado. Cristo podía librarse
del espantoso porvenir reconociendo la supremacía de Satanás. Pero
hacerlo hubiera sido renunciar a la victoria del gran conflicto. Tra-
tando de ensalzarse por encima del Hijo de Dios, era como Satanás
había pecado en el cielo. Si prevaleciese ahora, significaría el triunfo
de la rebelión.
Cuando Satanás declaró a Cristo: El reino y la gloria del mundo
me son entregados, y a quien quiero los doy, dijo algo que era verdad
solamente en parte; y lo dijo con fines de engaño. El dominio que
ejercía Satanás era el que había arrebatado a Adán, pero Adán era
vicegerente del Creador. El suyo no era un dominio independiente.
La tierra es de Dios, y él ha confiado todas las cosas a su Hijo. Adán
había de reinar sujeto a Cristo. Cuando Adán entregó su soberanía
en las manos de Satanás, Cristo continuó siendo aún el Rey legítimo.
Por esto el Señor había dicho al rey Nabucodonosor: “El Altísimo
se enseñorea del reino de los hombres, y ... a quien él quiere lo
da.
Satanás puede ejercer su usurpada autoridad únicamente en la
medida en que Dios lo permite.
Cuando el tentador ofreció a Cristo el reino y la gloria del mun-
do, se propuso que Cristo renunciase al verdadero reino del mundo
y ejerciese el dominio sujeto a Satanás. Tal era la clase de dominio
en que se cifraban las esperanzas de los judíos. Deseaban el reino de
este mundo. Si Cristo hubiese consentido en ofrecerles semejante
reino, le habrían recibido gustosamente. Pero la maldición del peca-
do, con toda su desgracia, pesaba sobre él. Cristo declaró al tentador:
“Vete, Satanás, que escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él
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solo servirás.”
El que se había rebelado en el cielo ofreció a Cristo los reinos
de este mundo para comprar su homenaje a los principios del mal;
pero Cristo no quiso venderse; había venido para establecer un reino
de justicia, y no quería abandonar sus propósitos. Satanás se acerca