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El Deseado de Todas las Gentes
Herodes creía que Juan era profeta de Dios y tenía la plena
intención de devolverle la libertad. Pero lo iba postergando por
temor a Herodías.
Esta sabía que por las medidas directas no podría nunca obtener
que Herodes consintiese en la muerte de Juan, y resolvió lograr su
propósito por una estratagema. En el día del cumpleaños del rey,
debía ofrecerse una fiesta a los oficiales del estado y los nobles de la
corte. Habría banquete y borrachera. Herodes no estaría en guardia,
y ella podría influir en él a voluntad.
Cuando llegó el gran día, y el rey estaba comiendo y bebiendo
con sus señores, Herodías mandó a su hija a la sala del banquete,
para que bailase a fin de entretener a los invitados. Salomé estaba
en su primer florecimiento como mujer; y su voluptuosa belleza
cautivó los sentidos de los señores entregados a la orgía. No era
costumbre que las damas de la corte apareciesen en estas fiestas, y
se tributó un cumplido halagador a Herodes cuando esta hija de los
sacerdotes y príncipes de Israel bailó para divertir a sus huéspedes.
El rey estaba embotado por el vino. La pasión lo dominaba y la razón
estaba destronada. Veía solamente la sala del placer, sus invitados
entregados a la orgía, la mesa del banquete, el vino centelleante,
las luces deslumbrantes y la joven que bailaba delante de él. En
la temeridad del momento, deseó hacer algún acto de ostentación
que le exaltase delante de los grandes de su reino. Con juramentos
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prometió a la hija de Herodías cualquier cosa que pidiese, aunque
fuese la mitad de su reino.
Salomé se apresuró a consultar a su madre, para saber lo que
debía pedir. La respuesta estaba lista: la cabeza de Juan el Bautista.
Salomé no conocía la sed de venganza que había en el corazón de su
madre y primero se negó a presentar la petición; pero la resolución
de Herodías prevaleció. La joven volvió para formular esta horrible
exigencia: “Quiero que ahora mismo me des en un trinchero la
cabeza de Juan el Bautista.
Herodes quedó asombrado y confundido. Cesó la ruidosa alegría
y un silencio penoso cayó sobre la escena de orgía. El rey quedó
horrorizado al pensar en quitar la vida a Juan. Sin embargo, había
empeñado su palabra y no quería parecer voluble o temerario. El
juramento había sido hecho en honor de sus huéspedes, y si uno de
ellos hubiese pronunciado una palabra contra el cumplimiento de su