Página 194 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
La cabeza de Juan el Bautista fué llevada a Herodías, quien la
recibió con feroz satisfacción. Se regocijaba en su venganza y se
lisonjeaba de que la conciencia de Herodes ya no le perturbaría.
Pero su pecado no le dió felicidad. Su nombre se hizo notorio y
aborrecido, mientras que Herodes estuvo más atormentado por el
remordimiento que antes por las amonestaciones del profeta. La
influencia de las enseñanzas de Juan no se hundió en el silencio;
había de extenderse a toda generación hasta el fin de los tiempos.
El pecado de Herodes estaba siempre delante de él. Constante-
mente procuraba hallar alivio de las acusaciones de su conciencia
culpable. Su confianza en Juan era inconmovible. Cuando recordaba
su vida de abnegación, sus súplicas fervientes y solemnes, su sano
criterio en los consejos, y luego recordaba cómo había hallado la
muerte, Herodes no podía encontrar descanso. Mientras atendía los
asuntos del Estado, recibiendo honores de los hombres, mostraba un
rostro sonriente y un porte digno, pero ocultaba un corazón ansioso,
siempre temeroso de que una maldición pesara sobre él.
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Herodes había quedado profundamente impresionado por las
palabras de Juan, de que nada puede ocultarse de Dios. Estaba
convencido de que Dios estaba presente en todo lugar, que había
presenciado la orgía de la sala del banquete, que había oído la orden
de decapitar a Juan, y había visto la alegría de Herodías y el insulto
que infligió a la cercenada cabeza del que la había reprendido. Y
muchas cosas que Herodes había oído de los labios del profeta
hablaban ahora a su conciencia más distintamente de lo que lo
hiciera su predicación en el desierto.
Cuando Herodes oyó hablar de las obras de Cristo, se perturbó en
gran manera. Pensó que Dios había resucitado a Juan de los muertos,
y lo había enviado con poder aun mayor para condenar el pecado.
Temía constantemente que Juan vengase su muerte condenándole a
él y a su casa. Herodes estaba cosechando lo que Dios había declara-
do resultado de una conducta pecaminosa: “Corazón tembloroso, y
caimiento de ojos, y tristeza de alma: y tendrás tu vida como colgada
delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no confiarás
de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera fuese la tarde! y a
la tarde dirás: ¡Quién diera fuese la mañana! por el miedo de tu
corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus ojos.
Los pensamientos del pecador son sus acusadores; no podría sufrir