El pueblo elegido
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Si los hijos de Israel hubieran sido fieles a Dios, él podría haber
logrado su propósito honrándolos y exaltándolos. Si hubiesen anda-
do en los caminos de la obediencia, él los habría ensalzado “sobre
todas las naciones que ha hecho, para alabanza y para renombre y
para gloria.” “Verán todos los pueblos de la tierra—dijo Moisés—
que tú eres llamado del nombre de Jehová, y te temerán.” Las gentes
“oirán hablar de todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo
sabio y entendido es esta gran nación.
Pero a causa de su infide-
lidad, el propósito de Dios no pudo realizarse sino por medio de
continua adversidad y humillación.
Fueron llevados en cautiverio a Babilonia y dispersados por
tierras de paganos. En la aflicción, muchos renovaron su fidelidad al
pacto con Dios. Mientras colgaban sus arpas de los sauces y lloraban
por el santo templo desolado, la luz de la verdad resplandeció por
su medio, y el conocimiento de Dios se difundió entre las naciones.
Los sistemas paganos de sacrificio eran una perversión del sistema
que Dios había ordenado; y más de un sincero observador de los
ritos paganos aprendió de los hebreos el significado del ceremonial
divinamente ordenado, y con fe aceptó la promesa de un Redentor.
Muchos de los sacerdotes sufrieron persecución. No pocos per-
dieron la vida por negarse a violar el sábado y a observar las fiestas
paganas. Al levantarse los idólatras para aplastar la verdad, el Señor
puso a sus siervos frente a frente con reyes y gobernantes, a fin de
que éstos y sus pueblos pudiesen recibir la luz. Vez tras vez, los
mayores monarcas debieron proclamar la supremacía del Dios a
quien adoraban los cautivos hebreos.
Por el cautiverio babilónico, los israelitas fueron curados eficaz-
mente de la adoración de las imágenes esculpidas. Durante los siglos
que siguieron, sufrieron por la opresión de enemigos paganos, hasta
que se arraigó en ellos la convicción de que su prosperidad dependía
de su obediencia a la ley de Dios. Pero en el caso de muchos del
pueblo la obediencia no era impulsada por el amor. El motivo era
egoísta. Rendían un servicio externo a Dios como medio de alcanzar
la grandeza nacional. No llegaron a ser la luz del mundo, sino que
se aislaron del mundo a fin de rehuir la tentación de la idolatría. En
las instrucciones dadas por medio de Moisés, Dios había impuesto
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restricciones a su asociación con los idólatras; pero esta enseñanza
había sido falsamente interpretada. Estaba destinada a impedir que