El pueblo elegido
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sías vendría como conquistador, para quebrantar el poder del opresor,
y exaltar a Israel al dominio universal. Así se iban preparando para
rechazar al Salvador.
En el tiempo del nacimiento de Cristo, la nación estaba tascando
el freno bajo sus amos extranjeros, y la atormentaba la disensión
interna. Se les había permitido a los judíos conservar la forma de
un gobierno separado; pero nada podía disfrazar el hecho de que
estaban bajo el yugo romano, ni avenirlos a la restricción de su poder.
Los romanos reclamaban el derecho de nombrar o remover al sumo
sacerdote, y este cargo se conseguía con frecuencia por el fraude,
el cohecho y aun el homicidio. Así el sacerdocio se volvía cada
vez más corrompido. Sin embargo, los sacerdotes poseían aún gran
poder y lo empleaban con fines egoístas y mercenarios. El pueblo
estaba sujeto a sus exigencias despiadadas, y también a los gravosos
impuestos de los romanos. Este estado de cosas ocasionaba extenso
descontento. Los estallidos populares eran frecuentes. La codicia y
la violencia, la desconfianza y la apatía espiritual, estaban royendo
el corazón mismo de la nación.
El odio a los romanos y el orgullo nacional y espiritual inducían
a los judíos a seguir adhiriéndose rigurosamente a sus formas de
culto. Los sacerdotes trataban de mantener una reputación de san-
tidad atendiendo escrupulosamente a las ceremonias religiosas. El
pueblo, en sus tinieblas y opresión, y los gobernantes sedientos de
poder anhelaban la venida de Aquel que vencería a sus enemigos y
devolvería el reino a Israel. Habían estudiado las profecías, pero sin
percepción espiritual. Así habían pasado por alto aquellos pasajes
que señalaban la humillación de Cristo en su primer advenimiento y
aplicaban mal los que hablaban de la gloria de su segunda venida. El
orgullo obscurecía su visión. Interpretaban las profecías de acuerdo
con sus deseos egoístas.
[23]
Isaías 53:2
;
Juan 1:11
.
Génesis 12:2, 3
.
Miqueas 5:7
.
Isaías 56:7
.
Deuteronomio 26:19; 28:10; 4:6 (VM)
.