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El Deseado de Todas las Gentes
El Hermano Mayor de nuestra familia humana está al lado del
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trono eterno. Mira a toda alma que se vuelve hacia él como al Salva-
dor. Sabe por experiencia cuáles son las debilidades de la humanidad,
cuáles son nuestras necesidades, y en qué reside la fuerza de nuestras
tentaciones, porque fué tentado en todo punto, así como nosotros,
aunque sin pecar. El vela sobre ti, tembloroso hijo de Dios. ¿Estás
tentado? El te librará. ¿Eres débil? El te fortalecerá. ¿Eres ignorante?
Te iluminará. ¿Estás herido? Te sanará. El Señor “cuenta el número
de las estrellas;” y sin embargo, “sana a los quebrantados de corazón,
y liga sus heridas.
“Venid a mí,” es su invitación. Cualesquiera que
sean nuestras ansiedades y pruebas, presentemos nuestro caso ante
el Señor. Nuestro espíritu será fortalecido para poder resistir. Se nos
abrirá el camino para librarnos de estorbos y dificultades. Cuanto
más débiles e impotentes nos reconozcamos, tanto más fuertes lle-
garemos a ser en su fortaleza. Cuanto más pesadas nuestras cargas,
más bienaventurado el descanso que hallaremos al echarlas sobre
el que las puede llevar. El descanso que Cristo ofrece depende de
ciertas condiciones, pero éstas están claramente especificadas. Son
tales que todos pueden cumplirlas. El nos dice exactamente cómo se
ha de hallar su descanso.
“Llevad mi yugo sobre vosotros,” dice Jesús. El yugo es un
instrumento de servicio. Se enyuga a los bueyes para el trabajo, y
el yugo es esencial para que puedan trabajar eficazmente. Por esta
ilustración, Cristo nos enseña que somos llamados a servir mientras
dure la vida. Hemos de tomar sobre nosotros su yugo, a fin de ser
colaboradores con él.
El yugo que nos liga al servicio es la ley de Dios. La gran ley de
amor revelada en el Edén, proclamada en el Sinaí, y en el nuevo pacto
escrita en el corazón, es la que liga al obrero humano a la voluntad
de Dios. Si fuésemos abandonados a nuestras propias inclinaciones
para ir adonde nos condujese nuestra voluntad, caeríamos en las filas
de Satanás y llegaríamos a poseer sus atributos. Por lo tanto, Dios
nos encierra en su voluntad, que es alta, noble y elevadora. El desea
que asumamos con paciencia y sabiduría los deberes de servirle. El
yugo de este servicio lo llevó Cristo mismo como humano. El dijo:
“Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en
medio de mi corazón.
“He descendido del cielo, no para hacer mi
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voluntad, mas la voluntad del que me envió.
El amor hacia Dios,