Los primeros evangelistas
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debían limitarse al trabajo de casa en casa. No habían de malgastar
tiempo en saludos inútiles ni en ir de casa en casa para ser agasa-
jados. Pero en todo lugar debían aceptar la hospitalidad de los que
fuesen dignos, de los que les diesen bienvenida cordial como si reci-
biesen al mismo Jesús. Debían entrar en la morada con el hermoso
saludo: “Paz sea a esta casa.
Ese hogar iba a ser bendecido por sus
oraciones, sus cantos de alabanza y la presentación de las Escrituras
en el círculo de la familia.
Estos discípulos debían ser heraldos de la verdad y preparar el
camino para la venida de su Maestro. El mensaje que tenían que dar
era la palabra de vida eterna, y el destino de los hombres dependía
de que lo aceptasen o rechazasen. Para impresionar a las gentes con
su solemnidad, Jesús dijo a sus discípulos: “Y cualquiera que no os
recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad,
y sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo, que el castigo
será más tolerable a la tierra de los de Sodoma y de los de Gomorra
en el día del juicio, que a aquella ciudad.”
Ahora el ojo del Salvador penetra lo futuro; contempla los cam-
pos más amplios en los cuales, después de su muerte, los discípulos
van a ser sus testigos. Su mirada profética abarca lo que experimen-
tarán sus siervos a través de todos los siglos hasta que vuelva por
segunda vez. Muestra a sus seguidores los conflictos que tendrán que
arrostrar; revela el carácter y el plan de la batalla. Les presenta los
peligros que deberán afrontar, la abnegación que necesitarán. Desea
que cuenten el costo, a fin de no ser sorprendidos inadvertidamente
por el enemigo. Su lucha no había de reñirse contra la carne y la
sangre, sino “contra los principados, contra las potestades, contra
los gobernantes de las tinieblas de este mundo, contra las huestes
espirituales de iniquidad en las regiones celestiales.
Habrán de
contender con fuerzas sobrenaturales, pero se les asegura una ayuda
sobrenatural. Todos los seres celestiales están en este ejército. Y
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hay más que ángeles en las filas. El Espíritu Santo, el representante
del Capitán de la hueste del Señor, baja a dirigir la batalla. Nuestras
flaquezas pueden ser muchas, y graves nuestros pecados y errores;
pero la gracia de Dios es para todos los que, contritos, la pidan. El
poder de la Omnipotencia está listo para obrar en favor de los que
confían en Dios.