Un salvador os es nacido
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ñalaban diariamente al Cordero de Dios; sin embargo, ni aun allí
se habían hecho los preparativos para recibirle. Los sacerdotes y
maestros de la nación no sabían que estaba por acontecer el mayor
suceso de los siglos. Repetían sus rezos sin sentido y ejecutaban los
ritos del culto para ser vistos de los hombres, pero en su lucha para
obtener riquezas y honra mundanal, no estaban preparados para la
revelación del Mesías. Y la misma indiferencia reinaba en toda la
tierra de Israel. Los corazones egoístas y amantes del mundo no se
conmovían por el gozo que embargaba a todo el cielo. Sólo unos
pocos anhelaban ver al Invisible. A los tales fué enviada la embajada
celestial.
Hubo ángeles que acompañaron a José y María en su viaje de
Nazaret a la ciudad de David. El edicto de la Roma imperial para
empadronar a los pueblos de sus vastos dominios alcanzó hasta los
moradores de las colinas de Galilea. Como antaño Ciro fué llamado
al trono del imperio universal para que libertase a los cautivos de
Jehová, así también Augusto César hubo de cumplir el propósito de
Dios de traer a la madre de Jesús a Belén. Ella era del linaje de David;
y el Hijo de David debía nacer en la ciudad de David. De Belén,
había dicho el profeta, “saldrá el que será Señor en Israel; cuya
procedencia e
desde el principio, desde los días de la eternidad.
Pero José y María no fueron reconocidos ni honrados en la ciudad de
su linaje real. Cansados y sin hogar, siguieron en toda su longitud la
estrecha calle, desde la puerta de la ciudad hasta el extremo oriental,
buscando en vano un lugar donde pasar la noche. No había sitio para
ellos en la atestada posada. Por fin, hallaron refugio en un tosco
edificio que daba albergue a las bestias, y allí nació el Redentor del
mundo.
Sin que lo supieran los hombres, las nuevas llenaron el cielo de
regocijo. Los seres santos del mundo de luz se sintieron atraídos
hacia la tierra por un interés más profundo y tierno. El mundo entero
quedó más resplandeciente por la presencia del Redentor. Sobre los
collados de Belén se reunieron innumerables ángeles a la espera de
una señal para declarar las gratas nuevas al mundo. Si los dirigentes
de Israel hubieran sido fieles, podrían haber compartido el gozo de
anunciar el nacimiento de Jesús. Pero hubo que pasarlos por alto.
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Dios declaró: “Derramaré aguas sobre el secadal, y ríos sobre
la tierra árida.” “Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos.