El último viaje desde Galilea
            
            
              445
            
            
              Para el corazón de Cristo, era una prueba amarga avanzar contra
            
            
              los temores, los desengaños y la incredulidad de sus amados discípu-
            
            
              los. Era duro llevarlos adelante, a la angustia y desesperación que les
            
            
              aguardaban en Jerusalén. Y Satanás estaba listo para apremiar con
            
            
              sus tentaciones al Hijo del hombre. ¿Por qué iría ahora a Jerusalén,
            
            
              a una muerte segura? En todo su derredor había almas hambrientas
            
            
              del pan de vida. Por todas partes había dolientes que aguardaban
            
            
              su palabra sanadora. La obra que había de realizarse mediante el
            
            
              Evangelio de su gracia sólo había comenzado. Y él estaba lleno de
            
            
              vigor, en la flor de su virilidad. ¿Por qué no se dirigiría hacia los
            
            
              vastos campos del mundo con las palabras de su gracia, el toque
            
            
              de su poder curativo? ¿Por qué no tendría el gozo de impartir luz y
            
            
              alegría a aquellos entenebrecidos y apenados millones? ¿Por qué de-
            
            
              jaría la siega de esas multitudes a sus discípulos, tan faltos de fe, tan
            
            
              embotados de entendimiento, tan lentos para obrar? ¿Por qué habría
            
            
              de arrostrar la muerte ahora y abandonar la obra en sus comienzos?
            
            
              El enemigo que había hecho frente a Cristo en el desierto le asaltó
            
            
              ahora con fieras y sutiles tentaciones. Si Jesús hubiese cedido por
            
            
              un momento, si hubiese cambiado su conducta en lo mínimo para
            
            
              salvarse, los agentes de Satanás hubieran triunfado y el mundo se
            
            
              hubiera perdido.
            
            
              Pero Jesús “afirmó su rostro para ir a Jerusalén.” La única ley
            
            
              de su vida era la voluntad del Padre. Cuando visitó el templo en
            
            
              su niñez, le dijo a María: “¿No sabíais que en los negocios de
            
            
              mi Padre me conviene estar?
            
            
            
            
              En Caná, cuando María deseaba
            
            
              que él revelara su poder milagroso, su respuesta fué: “Aun no ha
            
            
              venido mi hora.
            
            
            
            
              Con las mismas palabras respondió a sus hermanos
            
            
              cuando le instaban a ir a la fiesta. Pero en el gran plan de Dios había
            
            
              sido señalada la hora en que debía ofrecerse por los pecados de
            
            
              los hombres, y esa hora estaba por sonar. El no quería faltar ni
            
            
              vacilar. Sus pasos se dirigieron a Jerusalén, donde sus enemigos
            
            
              habían tramado desde hacía mucho tiempo quitarle la vida; ahora la
            
            
              depondría. Afirmó su rostro para ir hacia la persecución, la negación,
            
            
              el rechazamiento, la condenación y la muerte.
            
            
              “Y envió mensajeros delante de sí, los cuales fueron y entra-
            
            
              ron en una ciudad de los samaritanos, para prevenirle.” Pero los
            
            
              [451]
            
            
              habitantes rehusaron recibirle, porque estaba en camino a Jerusalén.
            
            
              Interpretaron que esto significaba que Cristo manifestaba preferen-