El último viaje desde Galilea
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Para el corazón de Cristo, era una prueba amarga avanzar contra
los temores, los desengaños y la incredulidad de sus amados discípu-
los. Era duro llevarlos adelante, a la angustia y desesperación que les
aguardaban en Jerusalén. Y Satanás estaba listo para apremiar con
sus tentaciones al Hijo del hombre. ¿Por qué iría ahora a Jerusalén,
a una muerte segura? En todo su derredor había almas hambrientas
del pan de vida. Por todas partes había dolientes que aguardaban
su palabra sanadora. La obra que había de realizarse mediante el
Evangelio de su gracia sólo había comenzado. Y él estaba lleno de
vigor, en la flor de su virilidad. ¿Por qué no se dirigiría hacia los
vastos campos del mundo con las palabras de su gracia, el toque
de su poder curativo? ¿Por qué no tendría el gozo de impartir luz y
alegría a aquellos entenebrecidos y apenados millones? ¿Por qué de-
jaría la siega de esas multitudes a sus discípulos, tan faltos de fe, tan
embotados de entendimiento, tan lentos para obrar? ¿Por qué habría
de arrostrar la muerte ahora y abandonar la obra en sus comienzos?
El enemigo que había hecho frente a Cristo en el desierto le asaltó
ahora con fieras y sutiles tentaciones. Si Jesús hubiese cedido por
un momento, si hubiese cambiado su conducta en lo mínimo para
salvarse, los agentes de Satanás hubieran triunfado y el mundo se
hubiera perdido.
Pero Jesús “afirmó su rostro para ir a Jerusalén.” La única ley
de su vida era la voluntad del Padre. Cuando visitó el templo en
su niñez, le dijo a María: “¿No sabíais que en los negocios de
mi Padre me conviene estar?
En Caná, cuando María deseaba
que él revelara su poder milagroso, su respuesta fué: “Aun no ha
venido mi hora.
Con las mismas palabras respondió a sus hermanos
cuando le instaban a ir a la fiesta. Pero en el gran plan de Dios había
sido señalada la hora en que debía ofrecerse por los pecados de
los hombres, y esa hora estaba por sonar. El no quería faltar ni
vacilar. Sus pasos se dirigieron a Jerusalén, donde sus enemigos
habían tramado desde hacía mucho tiempo quitarle la vida; ahora la
depondría. Afirmó su rostro para ir hacia la persecución, la negación,
el rechazamiento, la condenación y la muerte.
“Y envió mensajeros delante de sí, los cuales fueron y entra-
ron en una ciudad de los samaritanos, para prevenirle.” Pero los
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habitantes rehusaron recibirle, porque estaba en camino a Jerusalén.
Interpretaron que esto significaba que Cristo manifestaba preferen-